Si el agua no tuviera su cruz

Fulgencio Fernández y Saúl Arén
11/04/2025
 Actualizado a 11/04/2025
| SAÚL ARÉN
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Cada vez que una nevada de nuestros inviernos –cada vez menos numerosas, todo hay que decirlo–nos regala las más bellas estampas de la estación del frío y mientras los esquiadores ‘dan sebo a los tablas’ (ya sé que es una expresión muy vieja) siempre aparece algún lugareño que ante esta nieve blanca y bella nos habla de la nieve negra y engorrosa, la de ir a dar de comer al ganado al monte, la de abrirse vereda hasta la cuadra, la de desplazarse sobre ella con evidentes problemas.

El agua es la hermana rica. El agua es la vida, el riego, las verdes praderas, hasta los charcos para los juegos infantiles, la que mueve molinos... Incluso la que regala reflejos a los artistas, a los fotógrafos. 

Todo el mundo quiere vivir cerca del río, que es como ser afluente de la vida.

¡Ay si el agua no tuviera también su cruz!, el equivalente de la nieve negra que no es el agua negra, que la expresión hasta suena mal.

No son las actuales fechas en las que sea necesario explicar que el agua también tiene su cruz, todavía siguen los corazones encogidos con las imágenes por más que el foco se haya ido alejando de aquellas tierras –ley de vida, ley de Trump, que lo acapara todo–y nuestros jerarcas sigan con la lámpara buscando entre los lodos quienes son los responsables de la cruz del agua;dando la impresión de que son los únicos que no se han dado cuenta de que no hace falta que sigan buscando, que no hace falta que vayan a casa ajena a rastrear a quién cargar con las culpas, pues estas viven, precisamente, en el salón de moqueta de sus propias casas. Solo ellos no lo saben.

Ay si el agua no tuviera también su cruz... 

 

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