«Los tiempos avanzan que es una barbaridad» es una de esas frases que sirven para un roto y para un descosido ante cualquier paradoja, que si la quieres adornar se la puedes adjudicar a cualquiera de los ilustres a los que se otorga la franquicia de cualquier expresión que busque pedigrí intelectual. Aunque en este caso la cosa viene de una zarzuela muy propia del día de San Isidro, ‘La verbena de la paloma’, en la que se canta aquello de «Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad».
Y es que, viendo la imagen, es inevitable pensar cómo cambian los tiempos, una barbaridad ciertamente. La distancia que va desde aquellos años en los que cualquier celebración de fuste buscaba para la foto la bendición del obispo y el gobernador. Aquellos tiempos en los que un vecino de buena voz era instruido para que la luciera diciendo aquello de «¡Viva el señor obispo de la Diócesis», con el peligro de que no tuviera muy claro lo que cantaba y lo trasformara en algo que le parecía más razonable: «¡Viva el obispo de la dieciséis!», mientras éste se bajaba beatífico de un coche, que era un haiga pues los tiempos eran boyantes para la empresa.
Y una fila de rapaces delante y de vecinos detrás esperaban respetuosos para hacerle una reverencia y besarle después el anillo, que imagino que eso también se lo llevaría por delante la pandemia.
Si levantara la cabeza Almarcha, que ése era obispo con mando en plaza más allá de su palacio episcopal, y viera a un camarero vestido con sus atributos o al nuestro Juan ‘Azaila’ invocar a los dioses de la fortuna de la lotería de Navidad con mitra, báculo y casulla... Dios sabe qué diría. Pero seguramente no sería que los tiempos avanzan que es una barbaridad.