Si un corro de lucha solamente fueran los combates, las victorias, los campeones, ya haría muchos años que la lucha leonesa no existiría. Su pervivencia tiene mucho que ver con lo que ocurre fuera de los doce metros de hierba.
Tengo para mí que las crónicas serían mucho más interesantes si fueran dando cuenta de las conversaciones entre los paisanos, y paisanas, que en cada corro acuden a las gradas. Allí se desvelan y conocen todos los secretos, ellos saben dónde estuvieron la noche antes los luchadores, los que llegan con galbana, los que dicen haberse acostado pronto. Ellos conocen los antecedentes en este deporte de cada luchador, qué sangre corre por sus venas, insisten en que si tuviera la raza de su abuelo sería mucho mejor... Incluso de aquellos que acaban de llegar saben lo que los protagonistas no saben cuándo lo han contado alguna vez.
Y ellos tienen las expresiones más certeras para definir lo que está ocurriendo: «A perro viejo no hay cus cus», repetía Farruquín cada vez que un veterano salía al centro. Jaime explica las caídas sin explicación con argumentos médicos: «Yo creo que le dio un mareo».
Si la lucha solo fuera luchar...