Cuando vienen mal dadas, y acabamos de estar en la calle de la desazón, siempre recurrimos a las mismas imágenes, a los mismos recuerdas, a los símbolos de siempre y a las mismas estampas. Iba a decir a las mismas gentes, pero no es exacto pues uno de los símbolos de esta tierra que nunca falla, que siempre está en su sitio, que siempre te da la mano es nuestro mastín, el mejor amigo de los pastores.
Ahí lo tienes, el más dócil y cercano, ése que a pesar de su fiereza y la fuerza de su ladrido, un rugido más bien, no despierta el menor recelo en la niña que sabe de su nobleza, que puede jugar subido a su espalda sin ningún miedo y hasta darle un beso.
Y es el mismo mastín que quizás unas noches antes defendió sin un segundo de descanso a los suyos frente al ataque de los lobos, no se tomó el más mínimo respiro, no cedió ni un segundo, ladró con una fiereza que asusta al más cruel de los depredadores.
Los dos es el mastín.
Los dos son el mastín leonés.