Viene bien la ola de frío que se nos ha asomado por la ventana para entender mejor aquello de lo que os quiero hablar, para la reflexión.
Estamos en el tiempo de la matanza –aunque cada vez haya menos–, del sanmartino que dicen en otras comarcas, y se repiten las fotos que despiertan los recuerdos que la nostalgia, como casi siempre, todo lo viste de fiesta. Matar el gocho, llenar la despensa, los filetes de lomo sobre la chapa de la cocina con un poco de sal gorda como único aliño, la parva, la copina de anís con pastas, la conversación, la familia en torno a la mesa...
Pero también es de esos días la imagen de la fotografía, un grupo de mujeres esperando para ir a lavar las tripas al río. Piensa en el frío que hay hace y no se te olvide que el agua del río bajaba aún más fría y allí tenían que meter estas mujeres las manos, durante muchos minutos, horas tal vez, depende cuántas tripas haya que lavar.
De ésa tarea solo hablan ellas, las que la han vivido, las que la ha sufrido, las que aún les duelen las manos de frío, las que muchas veces miran la artrosis de sus huesos sin necesidad de ninguna explicación.
Las silenciadas de la fiesta.
Las silenciadas, como tantas otras, como tantas veces.