No voy a hacer esa broma que se repite cada año cuando se celebra el Certamen de Tunas en León. «¿Pero esta gente no acaba nunca la carrera?», se preguntan al verlos pasar — o estar en el bar— a la vista de la longeva edad de algunos de ellos para ser universitarios en activo.
Y es que parece que tuno tampoco se dejar de ser nunca, es una forma de estar en el mundo; que por otra parte es lo mismo que se dice de los toreros, los culturalistas o los registradores de la propiedad.
Están los tunos y las tunas en el eterno centro de un debate, nada nuevo en estos tiempos, que no parece tener solución, como la tortilla de patatas con cebolla o sin ella, o la ginebra Larios blanca o color rosa.
Y es que, ¿con qué te quedas? ¿Con la cara de felicidad que ponían los novios y asistentes a las bodas de los pueblos cuando aparecían dicharacheros y cantarines los chicos —todavía no había chicas— de la tuna o con la geta que le echaban y el pastizal con el que marchaban al pasar la bandeja repartiendo (vendiendo más bien) trozos de la corbata del novio y aprovechando la generosidad propia de estas celebraciones?
¿Son los últimos pícaros o los últimos getas?
Entre el clavel y la rosa su majestad escoja ¿O es coja?
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