Decía Braulio ‘El Lugareño’ ( y lo seguirá diciendo pero ahora en otro lugar) que «solo hay dos obligaciones ineludibles en la vida: de pequeño tener mocos y de mayor tener navaja».
Parece una broma pero desarrollaba al explicarla toda una filosofía de vida. Vinculaba los mocos al frío, el invierno, la nieve, las heladas al salir camino de la escuela; en definitiva a una forma de vida en un lugar determinado. Vinculaba la navaja a una manera de hacer y estar, que lo mismo servía para trabajar o tejer cestos que para entretener la espera del pastor haciendo una cacha, porracha que dirían en Prioro, o para comer el bocadillo en el monte, de esa forma tan particular, colocando el chorizo sobre la rebanada de pan de hogaza.
Os costará creerlo pero la falta de inviernos de verdad se hace muy dura para quien creció con ellos, con mocos; no entiendes que no amanezca con la luz de la nieve, que no oscurezca con los falampos jugando con las luces de las casas; es dura la falta de ratos de quietud en el monte o al sol de febrero con la navaja en la mano y la conversación en la boca.
Tal vez por ello, son muchas las especies que celebran que por unos minutos regrese el invierno y juegan con él, sobre bancos de hielo.
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