Durante años en vez del sonido de las campanas, o el de las gallinas de los vecinos, me despertaba el melódico golpear de los martillos de José contra el hierro. Era un pequeño gran maestro de la forja que acabó emigrando a Inglaterra, aunque dejó su sello en algunas verjas de históricos lugares, como la Colegiata de Arbas.
Sabía que era un artista porque, además de la belleza de sus obras, golpeaba el hierro con ritmo musical, estoy seguro de que sus sonidos podrían llevarse a una partitura. Yporque le pone pasión a todo lo que hace, su graciosa majestad seguro que está disfrutando de esa pasión que expulsamos.
Antes que maestro de la forja quiso ser soldado ejemplar. Pasó por todos los cuerpos legendarios –paracas, legión...–y hasta fue de los doce que tomó Perejil en aquella acción que cerraron «con éxito y sin contratiempos», por lo que la fractura de su rodilla nunca existió y tuvo que abandonar su sueño, un amor a la patria que se había tatuado. Yse fue a la Escuela de Oficios, donde aún le recuerdan, seguro.
Desde entonces veo las verjas de otra manera. Antes solo eran verjas, que siempre separan de algo, que aíslan a alguien, que dividen... ha aprendido a escuchar las melodías de los martillos contra el hierro y las sinfonías que componen.
Me ayudan a entender que haya manos que se aferran a las verjas y no son de dolor. Simplemente esperan, miran, descansan...
Aunque siempre aparece eso viejo fantasma que te hace enemigo de las verjas, las vallas, las fronteras, las divisiones, los guetos, los aislados o los olvidados, como los sueños de José.
Por bellas que sean las verjas. Que lo son.