De vidas en el alambre están llenas las historias de equilibristas de la subsistencia.
Vidas en el alambre, más allá de los equilibristas de los circos, que se asoman a las páginas del diccionario de lo extraño y lo extraordinario, del salir adelante contra viento y marea y contra todo pronóstico, que siempre hay quien se salva del salto mortal definitivo, a medio camino entre la suerte y el saber.
Pero hay vidas hechas para soportarlas en el alambre sin ninguna épica, sorteando a cada centímetro el salto mortal hacia la nada, el dedo que te aprieta contra el paredón, el aquí se acabó del más potente de los insecticidas inventado y publicitado en todos los medios. Una muerte de hormiga, perseguida sin piedad.
Bien parece que el delito no es matar, el delito es vivir siendo pequeño o incómodo o molesto o pasto del odio de los humanos.
¿No son vidas las suyas merecedores de defensores? ¿si eres hormiga, mosca, mosquito, avispa y otras familias similares encontrará quien te ampare? ¿quién se atreverá a recoger firmas por tí al lado de quienes suspiran por el rinoceronte de Sumatra?
Hasta en las vidas en el alambre hay clases. Faltaría más.