Acostumbrados a las viejas tradiciones de nuestros pueblos, a las cocinas de carbón y a las chimeneas, en las que todos los residuos morían allí, en el fuego eterno de todo lo que sobraba —que no era mucho— la irrupción de los colores para todos los sobrantes, que sí son muchos donde la cocina es de vitrocerámica, nos sobrepasó la oferta: gris, naranja, verde, amarillo, azul, rojo... y hasta las preguntas de qué va en cada uno.
Lo aprendimos. Al final a todo se hace uno, decía la vieja máxima de los que dejaron su pueblo a empujones y cuando se reúnen en la bolera para hablar de lo suyo reconocen que a todo se hace uno.
Pero te puedes encontrar un día con un residuo muy de nuestros tiempos: el residuo humano ¿Dónde va? ¿Qué color es el suyo? No veo ninguno negro.
Y es que en medio del orgullo de pueblos y gentes volcados con la desgracia, desde los que cogen una pala y marchan a limpiar hasta los que vacían la despensa para donarla, para los que solo cabe un lugar en cualquier altar profano; encuentras residuos, excrementos, aprovechados, mentirosos, sinvergüenzas, ladrones de lo devastado, muy pocos no lo dudes frente a los miles de los altares, pero no sabes a qué cubo de la basura tirarlos. Tienen las 10 señales de lo que Cela cita en ‘Mazurca para dos muertos’.