Dibujos, aerosoles, protesta, pintura ilegal. Vandalismo… «Grafiti». Pero no se confundan: el término se usó primero para referirse a los grabados o inscripciones espontáneas que descansan en las paredes desde tiempos romanos. El arqueólogo Raffaele Garrucci lo acuñó allá por el siglo XIX y así se extendió entre poblaciones hasta adquirir una acepción un poco más coloquial, durante los sesenta del siglo pasado, en el Bronx, como una extensión más de la cultura hip hop.
Y lo cierto es que aquellas inscripciones romanas -declaraciones de amor, insultos, consignas políticas- en cuevas y santuarios son buena muestra de los primeros grafitis; caldo de cultivo para lo que hoy hace David Esteban, más conocido como Da2.0. Al principio, sólo era Da2. El punto cero llegó después, cuando dejó atrás -más o menos- su faceta de grafitero para convertirse en un renovado muralista. Aunque, como muchos, al muralismo llega directo desde las ilegales y protestonas sendas del grafiti.
– Llevo pintando 23 años desde que empecé haciendo grafiti como tal – dice. – Yo creo que ya he pasado los mil bien a gusto.
Mil grafitis, mil dibujos. Más de mil paredes adornadas con sus ideas, sus reivindicaciones, sus trampantojos y tridimensionalidades. Mil lienzos para el arte de Dados Punto Cero, que ya cuenta con unos quince años de trayectoria como autónomo, «viviendo solo de la pintura». Como si fuera poco.
Pero, como suele decirse, siempre hay una primera vez. Él recuerda un mural pintado entre varios amigos en casa de la abuela de uno de ellos. También conserva entre los entresijos de su memoria los primeros grafitis, en su mismo barrio, Puente Castro, donde ha nacido y crecido durante toda su vida.
– El primero que hice lo pinté en el barrio – cuenta. – Y ahí sigue; claro, súper degradado y descolorido. A veces hasta me sorprendo porque igual se me había olvidado que había estado en algún sitio pintando y digo: «¡Joder, pues aquí estuve yo!» – como aquel ‘Brooks was here’ de Cadena Perpetua. Aunque, claro está, con diferente razón de ser.
Desde entonces, eso: pueblos de León, ciudades de toda España y otros lugares, como Estambul, Rusia, Ucrania, Francia, Miami o Los Ángeles. Todos han podido probar un mordisco del cocinado artístico de David Esteban.
– Ha cambiado mucho – opina de la evolución del que es su modo de expresión desde sus pinitos en el mundo del arte. – En estos últimos años, se ha desgajado mucho el mundo del grafiti de lo que es el muralismo. No tiene nada que ver aunque trabajemos con sprays igualmente – y distingue: – en el grafiti, la base es la ilegalidad y el pintar donde tú quieres cuando tú quieres y no que te digan: «Pues te doy permiso y pintas aquí».
Esteban, que en su etapa como quinceañero se acostumbró a quedar con sus amigos para firmar paredes y pintar a su gusto como quien queda hoy para echar una partida al Fortnite o para beber unas cervezas, ha transformado los aerosoles en su pincel. Los sprays son para Da2.0 una extremidad más de su humano cuerpo. El único elemento con el que materializar la pulsión que da sentido a su existencia.
A pesar de su trayectoria y de lo que pueda parecer, tampoco es que este artista crea fervientemente en que la elaboración de murales se consagre como el sumun del grafitero.
– Yo conozco a gente que empezó haciendo grafitis, sigue haciendo grafitis y nunca va a hacer grafitis por encargo – confiesa. – Y tienen su trabajo; y uno es abogado y, por la noche, es grafitero. Y otro es taxista y, en sus ratos libres, es grafitero.
En su caso, pintar paredes no ha sido siempre su único trabajo. Es cierto que ahora se dedica en exclusividad a aquello que nunca habría podido soñar de joven, cuando cargaba pintura y viajaba hasta La Bañeza o Benavente para no tener algún encontronazo con la policía, pero sus estudios en la Escuela de Arte de León no fueron aval suficiente para acceder al grado de Bellas Artes en el recinto universitario. La negativa a su intento de convertirse en un artista titulado le llevó a estudiar finalmente Trabajo Social. Aun así, nunca dejó de pintar y, a lo largo de su vida, ha compaginado el arte con sus distintos oficios.
– Yo, por las mañanas, repartía congelado y, por las tardes, me iba a pintar – suelta sonriente sobre uno de sus trabajos.
Y lejos de ser sólo una broma, aquello fue su realidad durante un tiempo, hasta que se dio cuenta de que podría dedicarse al arte. Ahora, cuando le preguntan a qué se dedica, él no titubea al responder: «soy muralista». Lo de ser artista, en cambio, parece pitarle en los oídos.
– «Artista» no me gusta decirlo – frunce el ceño. – A ver, soy artista porque vendo arte y cotizo como artista, pero para mí la palabra merece un respeto. – Y seguro que no es el primer artista en dejar salir esas palabras de su boca.
También es digno de tener en cuenta que, quizá, otro de los puntos que diferencian el mural del grafiti es precisamente el interés artístico del primero, frente al movimiento de muñeca para dejar la firma y ser visto en todos los espacios posibles del segundo. La necesidad de enviar un mensaje en un mural frente al divertido egocentrismo de plasmar un apodo en un muro.
– Tampoco sé si considerarlo un arte – duda. – El objetivo del grafiti al final es darse a conocer, poner tu nombre cuantas más veces mejor – y diferencia entre una firma o ‘tag’ y una «pieza bien elaborada». – Entonces, claro que es arte – opina de lo segundo. – Es un arte nuevo, es de ahora y crece y evoluciona; yo creo que a veces hay mucho más arte ahí que en un museo.
El apellidado Punto Cero tiene claro que el grafiti, la base sobre la que se subió aquel jovencito, «deprisa y corriendo», antes de descubrirse como muralista, es una cultura.
– Ha venido aquí para quedarse y hay que aprender a convivir con ello – zanja y reconoce que, rondando ya los cuarenta, en ocasiones le resulta difícil, rodeado de sus amigos de oficios más tradicionales, no sacar un rotu o un spray y ponerse a pintar en alguna esquina. – Son formas de vida y eso no se llega a perder nunca.
En esa forma de vida, si algo le destaca mientras trabaja es que, ni tumbado en el catre, ni en sus ratos de descanso, deja este artista de trabajar. Su pulsión invade todos y cada uno de sus minutos cuando está sumergido en algún proyecto. Y no es extraño, pues igual que hay oficios con temporadas vacacionales, por el contrario y si se piensa detenidamente, al arte y las ideas no les gusta descansar.
– Marcho para la cama, pero la cabeza sigue dándole vueltas – afirma. – Y, en el momento en que firmo, que he acabado y recojo los telares, – su mirada no puede reflejar mejor las palabras que está a punto de escupir, – es como... ¡Buá! Un estado de plenitud total.
Y es que, de repartir congelados no metamorfoseó úncamente a grafitero como oruga a mariposa. De repartir congelados, pasó a comprar cabezas frescas de pescados para su proceso creativo.
– Empieza haciendo una maqueta – dice sobre el punto de partida que, como todo artista, sigue protocolariamente antes de vestir su mascarilla y atreverse con el próximo muro. – Por ejemplo, para los que tenían peces con cuerpo de plástico, me venía el ‘flus’, bajaba a la pescadería y, en lugar de comprarme el pez, me compraba las cabezas: «Dame una cabeza de dorada, dame un no se qué» – interpreta como si regresara vuelta atrás a la pescadería. – Yo me iba con la cabeza del bicho y me ponía a investigar, a poner los plásticos, y hacía una sesión de fotos. El trabajar con fotografía es lo que te da la facilidad para llegar a un efecto visual realista.
Ha sido precisamente el trabajo realista de algunos colegas de oficio -y de arte- como los alemanes McLean o el español Belin los que han influido en su camino hacia un estilo personal.
– Cuando estás empezando a pintar, piensas que te gustaría llegar a ese nivel – recuerda de sus inicios. – Luego, cuando ya tienes tus capacidades y consigues el punto realista y tal, lo que intentas es hacer tu propia obra.
De ahí a viajar de un lado a otro y conocer a artistas que antes fueron sus referentes hay un paso. Uno largo que dura lo mismo que su trayectoria desde que comenzó a hacer murales. El arte mural ha llevado así, poco a poco, a David Esteban a compartir espacio, que no pared, con creadores tan punteros como el mismo Belin, del que dice que «está en lo más top». A algunos -como guiño a su tierra y en demostración de su amor por León- incluso les ha regalado una rica cecina.
– En los festivales conoces a gente, compartes ocho, diez o quince días y, como haya un poco de ‘feeling’, ya son amigos para toda la vida – comenta para terminar.
La conversación se alarga más de una hora y parece irse acercando el descuento. Habrá que terminar. Aunque podrían llenarse todas las páginas de este diario con anécdotas y entresijos del amplio mundillo que es el arte mural. Da2.0 se traslada a otra mesa mientras se despide sonriente desde una terraza de uno de los bares de su barrio, en su tan querida ciudad.
– Marcho de viaje y, los últimos días, ya es como: «Vamos pa’ León, que como en León en ningún sitio» – suelta y sus palabras recuerdan a eso de que «lo mejor de Madrid es cuando vuelvo pa’ León» de Catalina Grande Piñón Pequeño.
No se demorará pues al día siguiente madruga para trabajar en uno de los miles de murales con los que ya carga simbólicamente a sus espaldas. Tiene planes de ir a un festival en Puerto Rico y -seguro- tendrá planes de viajar hasta llegar a muchos más.
Lo que está claro es que este leonés, muralista empedernido, no cejará en su afición de dar vida a las paredes a través de sus dibujos. De hacer hablar a las calles. De hacerlas gritar y protestar. Y no dejará de tomarlas como lienzo hasta que, ya machucho, las fuerzas le impidan levantar el brazo y, con delicados y meditados trazos, poner su spray a funcionar.