Los carreteros del Alto Esla

Por Saturnino Alonso Requejo

Saturnino Alonso Requejo
17/03/2024
 Actualizado a 17/03/2024
Imagen de un carretero. | L.N.C.
Imagen de un carretero. | L.N.C.

Es el caso que el tío Camilo de Casasuertes se pasaba todo el santo invierno en la hornera curando al humo las cambas, las estebas para los arados y la duelas de roble para las cubas del vino.

Allá por noviembre arriba, el tío Camilo cargaba el carro con las maderas curadas. Y, ¡hala!, pian, pian, pian... camino de Toro.

Si la cosa se daba bien, y no les pillaban los de Abastos, volvían a la Montaña con una carral de vino, que tenían que quitar la puerta para meterla en casa.

La pareja de vacas, la Niebla y la Montañesa eran, enfilaban Esla abajo, dejando atrás el cierzo lobuno agarrado a los valles: Torteros, Escaro, La Puerta, Riaño, desde donde se veía el Pico Espigüete coronado de nieve.

En Huelde, mientras las vacas meaban a la puerta, entraban en ‘ca’ Nicasio a echar unos vasos, y a preguntar si ya habían pasado los Carreteros de La Uña, Liegos, Lario, Burón y los de Tierra de la Reina.

Y otra vez carretera abajo: Las Conjas, La Salas, el Comercio de Benitín, Crémenes, Valverán, Cistierna y Vidanes.

En Vidanes tenían la dormida en la ‘Venta del Señorito’, donde ya habían llegado los Carreteros de Valdeburón.

Mientras cenaban el pote de patatas coloronas, el tío Camilo, que era un guasón, contó lo que le había ocurrido el año anterior en el puente de Valverán: que un pescador de caña se quedó mirando al perrillo negro, TIZÓN se llamaba, que traía el tío Camilo. El caso fue que el pescador se encaprichó del chucho.

Fue entonces cuando el tío Camilo le dijo:

– ¡De este perro no me deshago yo por nada del mundo! Fíjese usted que, al pasar esta mañana junto al puente Villayadre, se tiró al río y me sacó tres truchas en la boca. ¡Con este, mientras haya ríos, no me falta a mí qué comer!

Y que si tanto y que si no..., al final vendió el perro al precio de una vaca.

Lo bueno fue que, cuando el tío Camilo volvió de Campos, ya estaba el Tizón esperando a la puerta y meneando el rabo.

El que llevaba el negocio en la ‘Venta del Señorito’ era un mocetón bien parecido, pero al que le faltaba la mano derecha y echaba las cuentas con la otra, mojando el lapicerín morada en la punta de la lengua.

Fue entonces cuando el tío Camilo le cuchicheó al de Burón:

– ¡A este le tendrán que descolgar la moza por la ventana, porque, lo que es trepar él por la pared arriba, no creo que se le arregle!

Al amanecer del día siguiente continuaron la ruta: Villapadierna, Cubillas, Sahechores, La Cenia.

La Venta de la Cenia tenía buenos soportales, cuadras traseras y una huerta de pastidumbre.

La cena, un cazuelón común de sopas de ajo y unos torreznos en la sartén de tres patas.

Como había que turnarse para meter la cuchara, el tío Camilo le dijo al ‘PERRINA’ de la Uña:

– ¡Mira a ver, Perrina, que, como te caigas en la cazuela, no sales!

El ‘Perrina’ era tan pequeño que, metido en las madreñas, solo asomaba la cabeza.

Y brindaron con aquel vino de Gordaliza del Pino que levantaba la gorra.

Ya en Mansilla, tiraron a la izquierda para terminar el traqueteo del carro en Mayorga de Campos, y que las yuntas bebieran a hicha pellejo en el vado del Cea que venía arrastrándose desde Prioro.

Terminada la cena, los de Prioro se pusieron a cantar:

«Cómo no vienes, amor,

cómo no vienes a verme,

que a la ventana

sola me tienes.

Debajo de mi ventana

te detienes a mirar.

Sube si quieres coger

la rosa de mi rosal».

El tío Camilo, ponderando a Casasuertes, su pueblo, se arrancó:

«Cebollada y Valcarque,

Cuenca y Misón,

son los puertos más altos

de Valdeburón».

Y metió las manos en la sobaquera del chaleco como si recitara las Bienaventuranzas:

– Bienaventurados los pobres de espíritu...

– Bienaventurados los que lloran...

– Bienaventurados los que bajan a Campos, porque su familia comerá más.

Después de esto, el tío Camilo contó lo de aquel año de hambre en que bajó él solo a Campos. El caso fue que, al atravesar un encinar, le salió al paso un hombretón que se hacía pasar por una autoridad de ABASTOS, y le echó el alto:

– ¿Como se llama usted?

– Camilo Rodríguez.

Y el hombrón aquel sacó un lapicerín e hizo que escribía algo.

Fue entonces cuando el tío Camilo apoyó un codo en el yugo de la pareja, le clavó los ojos y le dijo al intruso:

– ¿Cómo te llamas tú, que yo también tengo lapicerín?

Y sacó de las melenas de las vacas aquella hachina que usaba para cortar malezas y para estazar los huesos de la matanza.

Fue entonces cuando el intruso salió a hospa, que perdía los pantalones por aquellos matorrales.

¡Algo más sabía el tío Camilo que echarle los tarucos a las madreñas!

A la altura de Villavicencio se les acercó un pastor de ovejas que, a gorra quitada, les contó la historia de aquella villa:

1º Que en el siglo XI ya tenía Villavicencio un fuero especial escrito en latín.

2º Que estaba libre de pechas (tributos) si el homicida conseguía que no le echaran mano en los nueve primeros días siguientes.

3º Libertad para vender pan y vino.

4º Derecho a no perder la casa propia por grande que fuera el crimen cometido por su dueño.

5º Derecho a la prueba del agua caliente en caso de robo.

6º Derecho a nombrar Alcalde y Alguacil.

Al atardecer, llegaron los Carreteros de la Montaña a Villalpando, con el sol cobrizo incendiando la meseta que llaman «Rosa de Villalpando».

El aire olía a tejar, aguardiente y a amasao.

La Venta estaba sobre el arroyo Navajos, que los de Villacid llamaban «Ahogaborricos».

Y se comentaba entre los Carreteros que cierta mesonera de Villalpando apastaba los ajos con los dientes y los esperriaba en las sopas. ¡Cualquiera sabe!

Por fin avistaron TORO, y fueron derechos a la Venta-Molino de la orilla del Duero. El local se llamaba ‘VENTA EL ARRIERO’. Y allí les contaron que las mujeres de la comarca salían a la calle a «cantar mal» para que lloviera cuando había alguna sequía pertinaz.

Después de la cena, el asturianín que había empatado con una moza de Polvoredo, entonó esta letrilla:

«Ye tantu lo que te quieru,

Rosina de Alejandría,

que si non bailes conmigu,

¡desfagu la romería!».

Y el tío Camilo contó lo de aquella vez que vino el Inspector Provincial y le preguntó al primer rapacín de la fila:

– ¡A ver, tú, ¿quién escribió el Quijote?

El rapacín aludido se sorbió los mocos y contestó:

– ¡Yo no fui, señor!

Cargados los carros con el pan y el vino, uncieron las vacas recién herradas, y emprendieron animosos el camino a la Montaña.

Y las vacas iban animadas porque ya echaban de menos el descanso caliente de la pesebrera.

¡Anda, que no tenía el tío Camilo cosas que contar de aquella carretería a sus paisanos de Casasuerte!

¡Que así sea y amén!
 

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