Hace muchos años había un DRAGÓN terrible, más grande que un buey y más feo que un pecado mortal. Vivía en una cuevona profunda y oscura que había en la bajerada de la Peña de Parlle, más arriba del hayedo de los Vallines, donde aún permanecía verde el HAYA DE LA HUMILDAD. Se llamaba así aquella hayona maternal porque tenía sus ramas arqueadas hacia abajo como un paraguas, desde que bajo ella se habían averado la Virgen, San José y el Niño Jesús aquel día lluvioso en que iban camino de Egipto, porque el Rey Herodes buscaba al rapacín de María para asesinarlo. Desde entonces, el Haya de la Humildad es querida y respetada por todas las gentes de Remolina.
Por aquellos parajes andaba a sus anchas el terrible DRAGÓN que tenía atemorizado a todo el vecindario, desde el más niño al más viejo que andaba ya por los cien años.
Uno de aquellos días se personó en el pueblo el DRAGÓN y le dijo al Alcalde:
– ¡Oye, tú, Mandamás: o me das todos los años a la mocina más guapa para que me la coma cruda después de poseerla, o vengo y me como a todos juntos! ¡Te lo juro por mis colmillos retorcidos!
El Dragón que digo se llamaba RUFO, porque era más rojo que la nariz de un borracho. Y tenía una boca más grande que la cueva de Boca la Hoz. Y le asomaban dos colmillos largos y retorcidos como el cambizo de un trillo. Sólo con mirarlos te daban más tiritona que si se te hubiera aparecido el mismísimo Demonio Incubo abusador de las mujeres.
Ante tales amenazas, el Alcalde tocó a concejo para exponer aquella situación:
– ¡O le damos una moza de buen ver, o viene y nos zampa a todos de una sentada!
La entrega de la víctima debía de hacerse donde se encuentra ahora la ERMITA DE SAN JORGE.
Cuando el Dragón se comía a su presa, después de abusarla, bebía a morros en la fuentona de RUCAYO, y se tumbaba a echar la siesta en la Vereda de Las Escandas. Y se oían sus ronquidos desde la mismísima bolera de Remolina. ¡Qué pesadilla!
Llegados los vecinos a un acuerdo, se hizo el sorteo y, ¡zas!: cayó la mala suerte sobre la mocina más guapa. Se llamaba MAISONTINE, era rubia y le bajaba la melena en cascada hasta el vado transitable de la cintura. Era hija única de un matrimonio joven. Consintieron. ¡Le darían a su hija única para salvar al resto del pueblo!
Llegado el día de la entrega, bajó todo el pueblo a despedirla a La Presona, que es el sitio de las despedidas, y está en Las Pontiscas. ¡También el agua más clara va al mar!
Y las demás mozas le cantaron esta despedida tristísima:
¡Despídete, Maisontine
de la casa de tus padres;
este es la última vez
que de ella viva sales!
Llegada a San Jorge, la bella Maisontine se sentó sobre un piedra pande, a esperar al Dragón, y se puso a encomendar su alma al Santo. Y se la oía rezar así:
¡Oh, San Jorge poderoso
que vives en esta ermita:
líbrame de ogros y osos,
de este Dragón poderoso
que amenaza a Remolina!
Dame tu fuerza divina
para ser mártir cristiana,
aunque sea una mocina.
Moriré, si es mi destino,
por salvar a Remolina,
si así lo quiso la suerte,
si así lo manda mi sino. AMÉN.
Y se santiguó tres veces, besando la pequeña cruz que formaban sus dos dedos hermanos, el índice y el pulgar.
Fue entonces cuando se oyó el galopar de un caballo. Que sus herraduras sacaban chispas a las piedras del camino.
Al instante apareció el CABALLERO SAN JORGE montado en su caballo Cierzo.
Cuando ya el Dragón había abierto su negra boca, San Jorge engarzó su larga lanza y se la metió al Dragón por la boca hasta atravesarle el corazón. Y el Dragón quedó tendido sobre el pasto como si fuera un montón de leña o los zaleos dejados por una lobada.
Después de este lance, el Caballero montó a Maisontine a la grupa de Cierzo y la llevó a Remolina como si fuera un manojo de rosas frescas. Y, montado en Cierzo, desapareció por encima del Pico de los Caballos.
El Alcalde encomendó al carpintero del pueblo hacer la escultura de San Jorge que aún se conserva en la iglesia de Remolina.
Esto es lo que le contaban las madres a sus niños para que se durmieran en paz y con alguna esperanza sabrosa.
¡QUE ASÍ SEA, Y AMEN!
El dragón de San Jorge
Por Saturnino Alonso Requejo
13/11/2022
Actualizado a
13/11/2022
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