Lo habían bautizado los mozos en una de aquellas hilas invernales, y con ‘MADRENUCAS’ se quedó «per omnia saecula saeculorum», y ¡Amén!
Como al Madreñucas se le enfriaban los pies desde Noviembre hasta Abril, entraba en la iglesia a madreñas calzadas, se sentaba en el banco de debajo del coro y, ¡hala! a escuchar el resuello de los otros, a adivinar sus pensamientos y a pillar el ‘andancio’ que se metía en el pueblo como si fuera un tratante más que acudiera a la Feriona de Riaño el seis de Noviembre. Y las gentes, resignadas, comentaban en la bolera:
– ¡La hemos cagao, ya está aquí el puto ANDANCIO!
Y ya no se quitaban las madreñas tarninas hasta bien entrada la ‘primovera’. O hasta el día del Apóstol San Pedro para acudir en manada a la fiesta de Tejerina. ¡El primer baile del año, que ganas ya había!
En las misas de los domingos y Fiestas de Guardar, el Párroco aprovechaba aquella ocasión para echar un sermón con más estaciones penitenciales que un Viacrucis cuaresmal.
Era entonces cuando los mozos, a escondidas, salían a la Portalina a echarse un cigarro de cuarterón.
Pero, así como el gato se sabe de memoria los agujeros de los ratones, el Párroco ya había descubierto las malas mañas de la mocedad. De modo que, terminada la lectura del Santo Evangelio, el buen sacerdote se arremangaba los habitos talares, sacaba del bolsón de la sotana la llave de la iglesia, de más de un palmo de larga, y, con decisión y celo sagrado, cerraba los portones de la iglesia.
Luego trepaba al presbiterio, miraba para el coro, y le espetaba a los mozos:
– ¡Hoy me vais a oir!
Y se liaba con los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, desmigando a gusto y gana el Sexto que es NO FORNICAR. Que lo hacía como quien saca del horno un amasado demasiado cocido.
Y les decía a voz en grito, como si voceara a un atajo da cabras:
– ¡Tras el vicio, viene el fornicio!
Desde el amparamiento oscuro de debajo del coro, el tío ‘Madreñucas’ retorcía la boina negra como si le retorciera el pescuezo a un gallo capón. Y la mujeres se sonaban los mocos con disimulo, como debe hacerse en un recinto Sagrado.
Y el ‘Madreñucas’ rezaba o masticaba como si tragara tocino rancio:
«En la iglesia manda Dios
y en el monte, los pastores;
mas en el coro, los mozos,
que llevan los pantalones».
Y ponía las manos encima de las cejas, como mirando a la lejanía, lo mismo que Colón cuando descubrió el Nuevo Mundo.
Y las madreñas del MADREÑUCAS salían de bracete a la Portalina, lo mismo que si fueran un matrimonio indisoluble.
¡Que así sea y AMEN!
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