El hacedor de fideos

Saturnino Alonso Requejo
24/03/2024
 Actualizado a 24/03/2024
Imagen fideos
Imagen fideos

La palabra FIDEOS viene del latín ‘Fides’, que así llamaban los latinos a los instrumentos de cuerda. Y así llamaban a los FIDEOS por su parecido con las cuerdas de la lira. ¡Pues habrá que pensar que los FIDEOS tienen música!
Los árabes los llamaban «Aletría», del griego ‘Aletreuein’, que significa moler o triturar. Y el pueblo llano calificaba de «Fideo» a aquel que era pequeño, delgado, endeble y raquítico...

– «¡Ese parece un fideo!», decía el tío REDIEZ de algunos mozalbetes que eran más afilados que una esquina.
Hablando de este asunto, SEBASTIÁN DE COVARRUBIAS dijo alguna vez:

«Los templados que no gastan mucho en carne, se contentan con una escudilla de FIDEOS».

Dado el calibre de los FIDEOS, el 22 de Diciembre de 1908, como si fuera la lotería, se publicó el Real Decreto titulado ‘Pasta alimenticias o pasta de sopa’, donde se legislaba sobre los FIDEOS y Macarrones. Decía el Real Decreto:
 «En caso de que la masa lleve mezcladas otras harinas, aditivos, etc., deben anunciarse claramente de modo que el comprador sepa la verdad y naturaleza del producto. De no cumplirse tales requisitos, el producto puede declararse falsificado».

Ante este Real Decreto, yo me pregunto:
¿Qué tendrán los FIDEOS para que nada menos que la legislación nacional se ocupe de ellos como si pertenecieran al Patrimonio Patrio?

Así las cosas, el tío REDIEZ sacaba su muletilla en las juntetas vecinales:
– ¡Rediez, tíos, «más importan los fideos
que Gobiernos sin tempero!».

Como los napolitanos creían en el origen divino de los FIDEOS y macarrones, decían:
«Solí il Padre Eterno
puó ascingara macheroni»,
(Solo el Padre Eterno
pudo sacar los macarrones)»

Y, según Covarrubias, cuando Dios puso a Adán en el Paraíso, dijo:
«Voy a darle una compañera
que le haga macarrones,
a ver si así lo engatusa
y engendran».

Veo que se me han ido las cabras demasiado lejos. Las silbaré para que bajen a la golosina de los FIDEOS que, según Covarrubias, se guisan «con grasa de la olla».
Y el tío REDIEZ decía a los otros en la bolera:

«Donde no hay harina,
todo es mohína.
Donde no hay FIDEOS,
todo es mosqueo».

Cuando a las doce solares sonaba la Campanona, los rapaces salían de la Escuela, los hombres tiraban el azadón, las mujeres rezaban el ANGELUS, y el tío REDIEZ decía:
– «¡A los FIDEOS, que es mediodía!».
Porque, como decía el Refranero:
«Quien oye las doce y no va a comer,
o no tiene hambre o no tiene qué».

Es el caso que, a media mañana, ya estaba en la cocina el TÍO DE LOS FIDEOS, con el cigarro de petaca colgado del labio interior y asomando el diente pocho.
Era un hombretón tirando a alto, con las barbas de una semana y con la boina negra colgada del cogote.

Se arremangaba la bata blanca hasta los codos, y, ¡hala!: a masajear las masa amarillenta, como si fuera el médico de cabecera. Mientras heñía a conciencia y se sorbía los mocos, tarareaba una cancioncilla, y decía como si fuera una oración:

«Con mi trabajo y esmero,
salgan largos los fideos».

Y las madejas de FIDEOS iban ocupando aquella larga mesa de roble que hacía más de una docena de comensales. Y el astorgano iba estirando las madejas con una varilla de brezo que ya estaba graduada en este oficio.
Como los ingredientes los ponía el ama de casa, el producto salía familiar y a tenor de los posibles.

Pero, lo que desaconsejaba el astorgano desde el púlpito de sus galochas, era la utilización de harinas de centeno por miedo al ergotismo o intoxicación por culpa del cornezuelo que los antiguos llamaban «pestis ignaria» o «ignis sacer», pues ya se habían dado casos de muerte en Galicia.

Después del primer oreo en la cocina, las madejas de fideos se colgaban en los varales, como se hacía con los chorizos, para el lento secado en la hornera.
Era entonces cuando el ama de casa le preguntaba al astorgano:

– Tío Anastasio, ¿cuántos rapaces tiene usted?
Ante esta pregunta el HACEDOR DE FIDEOS contaba por los dedos de las manos y decía:
– ¡Cuando salí de casa, ya iban por la oncena! ¡Cuando regrese, tendré que contar otra vez!

El caso fue que, cuando llegaron los FIDEOS, dimitió la sopa de pan duro con caldo del cocido. Aquella sopa que definían los viejos como «Substantia rerum sperandorum» (La sustancia de lo que se espera después).
En fin, que cuando había FIDEOS, los hombres pudientes se ponían «la camisa de comer fideos».

Y el mocoso de la familia le decía a los compañeros de escuela:
– ¡Hoy en mi casa comemos FIDEOS!
Pero antes de los FIDEOS, cuando los FIDEOS y después de los FIDEOS, decían los pobres:

«Tienen los que pobres son
la desgracia del cabrito:
o morir cuando chiquitos,
o llegar a ser cabrón’».

Después de todo esto y más, el tío REDIEZ metía los pulgares en las mangas del chaleco y le decía a los contertulios mirándose la punta de las madreñas tarninas:
– ¡Rediez, amigos, por fin ya tenemos FIDEOS para todo el año!
Y los demás le contestaban, como si fuera el final de un rezo:

¡AMEN Y QUE ASÍ SEA!
 

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