s el caso que se celebraba el cumpleaños de la madre y la familia entera se reunió para cenar en un restaurante de renombre. Se había reservado la mesa con quince días de antelación, porque aquel sábado se llenaría el local con los asistentes a una cena de empresa.
Atendidos con esmero por una camarera experimentada, fueron apareciendo sobre los mesa de mantel blanco los platos elegidos: la ensalada de puerros con sus acompañamientos variados; la morcilla de León sobre tostas de pan bien horneadas; las croquetas de la casa; las carrilleras de ternera de la Montaña; el chorizo leonés, el chuletón de añojo de campo; el vino de marca; las tartas variadas, y así. En fin: todo más apetitoso que un pecado mortal.
En las paredes del local colgaban en silencio hermosísimas fotografías del paraíso de Valdeón: las montañas abruptas, las torrenteras desbordadas que engordaban el Cares, los hayedos otoñales, la fauna salvaje, las faenas del campo, y así. ¡Como para olvidar la cuna donde habíamos nacido!
Luego se sentó a nuestro lado aquella conversación cargada de recuerdos: los nacimientos, los juegos en los parques, los fines de semana montando a caballo, los días de colegio y cosas así. ¡Cuántos recuerdos entrañables, más sabrosos que la torta de chicharrones de Medina de Rioseco que comprábamos siempre que pasábamos por allí!
Ya en los postres, y con el testigo parlero y entusiasmado de la botella de vino, a mí se me ocurrió preguntar qué era lo que más les había gustado de aquella cena. Y me sorprendió que nadie hiciera mención de lo acogedor del local; ni de la atención esmerada del servicio; ni de la calidad del menú. Lo que allí se ponderaba era el motivo que nos había reunido en aquella cena: ¡EL CUMPLEAÑOS DE LA MADRE!
Fue entonces cuando a mi se me sentó en el regazo de la memoria el tema de las MATRES: aquellas divinidades caseras, protectoras de la maternidad y hasta de la patria, que los celtas habían traído a Galicia, a Portugal, a Roma, a Francia, a Alemania y a todo el mundo conocido.
En Roma se celebraban las FIESTAS MATRIALIAS el once de junio, en honor de MATULA. A dicha fiesta sólo podían asistir las mujeres; y la ofrenda que hacían a su diosa, con sus niños en brazos, era una torta de harina con aceite y miel. ¡Todo un postre goloso!
En Galicia se daba culto a las ‘MATRES GALLAICAS’. Porque las mujeres gallegas tenían fama de ser algo profetisas, y mucho adivinadoras, magas y un tanto hechiceras y brujas. A lo mejor, MEIGAS.
En el pueblo burgalés Coruña del Conde (la antigua Clunia) se encontró una inscripción latina, dedicada a la MADRES de Galicia, que decía:
«Tito fraterno
a las madres gallegas».
Ensimismado en este asunto, recordé también lo que cuenta Homero en el Canto XXII de la Iliada: que, en singular combate, Aquiles el griego dio muerta a Héctor el troyano. Que, ante el cadáver de su esposo, Hécabe lloraba sobre la muralla de Troya, con su hijito en los brazos. Y decía:
«Vas tú ahora a la mansión de Hades
te vas, bajo las grutas de la tierra,
y a mi me dejas en odioso duelo,
viuda en tu palacio,
y el niño, así de tierno todavía,
que tú y yo engendramos».
¡Así lloran las madres desde siempre, puesto que son las MADRES DE LA VIDA!
Volé después con la imaginación hasta mi pueblo, y abracé la VIGA MADRE que sostiene la casa. Luego restregué mis pies cansado en las MADRES del río de Sonriego.
Y olí detenidamente las MADRES de la carral del vino. Y el Esla se SALÍA DE MADRE en la calzada romana del Bedular. Y, claro está, me acordé de mi santa MADRE, ¡que en paz descanse!
Y el Refranero me decía al oído, como si fuera una
amante:
«Quien no cree en buena MADRE,
creerá en mala madrastra».
«Tal madre, tal hijo pare».
«De tal palo, tal astilla».
Cuando regresé de este viaje sentimental, volví a la mesa y a la conversación interrumpida. Fue entonces cuando se apoderó de mí una especie de entusiasmo, entre filosófico y religioso, que me puso de pie y me empujó a decir:
– Estamos celebrando el SACRAMENTO DE LA MADRE, por que un sacramento es el signo eficaz que hace presentes los acontecimientos del pasado. En esta cena hemos puesto encima de la mesa a la MADRE entera y verdadera: la que regó y amparó la semilla que somos en la tierra fecunda de su vientre. La que nos dio a luz entre una incertidumbre, un miedo, un dolor y un gozo final. La que nos amamantó a sus pechos, oyendo los latidos de su corazón maternal. La que nos cambió los pañales. La que nos enseñó a hablar, a dar los primeros pasos y a conocer los nombres de las cosas. La que nos fue educando, poco a poco, en los valores personales y sociales para andar por la vida en rectitud. La que nos buscó los centros educativos más convenientes. La que nos dio una carrera superior. La que nos ayudó a encontrar trabajo. En fin: que la MADRE es una escuela superior a la medida del ser humano.
¡Las MADRES, siempre las MADRES, encauzando la vida!
Llegados a este punto, me arremangué la camisa porque me dio la gana decir, aunque pareciera una blasfemia:
– En esta cena hemos puesto sobre el mantel a la MADRE, la hemos consagrado y la estamos comulgando. Porque comulgar significa comunicar y compartir y comunión quiere decir común unión, unidad de todos en uno. Esta cena significa el SACRIFICIO DE LA MADRE que ama a sus hijos más que a si misma, hasta el extremo de ser capaz de dar la vida por ellos.
Al oír esto, los Ángeles de Dios se asomaron al balcón de las estrellas y empezaron a aplaudir con las dos alas. Y a mi me recordaron el radicalismo de Jesús de Galilea que se empeñaba en hacer de la Tierra un Cielo, mediante el mandamiento del AMOR. Lo que haya después, ya se verá.
Dicho esto, yo me quedé más ancho que unas portilleras y más satisfecho que Ulises cuando avistó Itaca, «hermosa al atardecer».
Pero quédense ustedes con este latino:
«MATER SEMPER CERTA EST». Porque la Madre:
siempre es cierta,
siempre es segura,
siempre está ahí y al quite.
¡Esto sí que es FEMINISMO sustancial y con recado.
Y no ese otro bobalicón, inculto, ignorante y desnatado que está tan de moda en estos tiempos.
Bien lo dijo el filósofo italiano Benedetto CROCE (1866-1952): «Si duo faciunt idem, nos est idem» (Si dos hacen lo mismo, no es lo mismo).
Levanto, pues, mi copa por las MADRES.
¡Va por ELLAS! ¡AMÉN!
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