Como doña Francisca era una de las figuras carismáticas del vecindario, ese olvido –verdadero o fingido– hizo que una parte de la vida del barrio se acomodase a él. Por eso ahora todos en Beyosa tenemos dudas y lamentables lagunas sobre nuestro pasado, acerca de hechos decisivos de nuestras vidas, o tomados como tales, sin que esa circunstancia sea considerada, en sí misma, demasiado grave. Eso habría favorecido que determinada gente se hubiese asentado en Beyosa. Gente a la que no gusta hablar de su pasado. Por eso, la broma de doña Francisca, en el caso de que lo fuese, a medida que se estudian sus consecuencias, más difícil de desdecir parece, con mayores y complejas implicaciones se enfrenta. Imaginemos un día a doña Francisca cuestionando la actitud mantenida hasta entonces y diciendo que acaba de recordar la hora en la que nació su primer hijo. Asuntos que hasta hoy se han considerado propios de Beyosa, como la desmemoria, dejarían de serlo. Desde ese momento nos esforzaríamos en recordar mejor. En poco tiempo, Beyosa se igualaría a otros barrios. Beyosa sería una barriada con multitud de viviendas vacías, calles semidesiertas, donde nadie sentiría demasiado empeño en permanecer si todos tuvieran de nuevo que ponerse a memorizar.
El único detalle de interés que recuerda doña Francisca, aparte de la mosca, para determinar en qué momento nació Niceto, es que un vecino que debía venir del puerto antes de romper ella aguas, un vecino cualquiera, que pasaba por la calle y al que ella oyó desde el cuarto donde iba a parir, porque tenía las ventanas entreabiertas, dijo a alguien que había borrasca. A veces me he preguntado si de un recuerdo así se podrían obtener nuevos detalles que ayudasen a la mujer a recordar el momento exacto en el que se produjo el parto, pero son muchos los que dicen que ya se ha intentado eso, y que lo único que se consigue es provocar un estado tal de ansiedad en doña Francisca que siempre se ha desistido de seguir por ahí. Así todo, no dejamos de pensar en que quizá un día sea igual de urgente saber la hora en que nació Niceto, como hoy lo es ignorarlo. Pero si el mar y todo cuanto se relaciona con él asusta o desagrada a doña Francisca desde entonces, probablemente poco se podría hacer con eso. Quizá doña Francisca haya atribuido en realidad siempre, en secreto, su sentimiento de angustia, el día del parto, a ese detalle de la borrasca, –y no a la supuesta mosca–, asociando el mal tiempo a cualquier refrán agorero escuchado de niña. Lo que no quiere decir que haya visto una tempestad de cerca en toda su vida. Sin embargo, su hijo Niceto es marino mercante, se gana la vida gracias al mar. ¿Quién iba a decirlo? Lo lógico habría sido que Niceto odiase el mar tanto como su madre. Sin embargo, no es un marinero más, de los muchos que trabajan en eso porque no encontraron otra cosa mejor. Niceto tiene vocación de marino. Le gusta conocer mundo. Le atrae la vida de los puertos. No le importa pasarse unos meses en alta mar, como un ermitaño, viendo todos los días las mismas caras. Después, los meses que pasa en tierra, no deja de evocar escenas de su vida marinera. Su madre, doña Francisca, de sus siete hijos solo ha dado uno al mar, así que es incapaz de establecer a qué se debe la paradoja de que su hijo Niceto se haya hecho marinero. ¿Por ser el primero? ¿Por la borrasca? ¿Por la mosca?... Doña Francisca es una mujer sencilla, sin complicaciones. Para ella el mundo funciona igual de bien sin paradojas. A toda la gente sencilla la enerva el fondo sinuoso de las paradojas. Esa doble cara cortante de realidades opuestas y, en cambio, con fronteras comunes que al aproximarlas se repelen, como el agua y el aceite, la verdad y la mentira, una mosca y una araña, un lobo y un cordero, un león y una gacela...