Uno de los muchos méritos de Chicho Ibáñez Serrador es que convirtió su recordado concurso del ‘Un, dos, tres...’ en una fábrica de expresiones que calaban rápidamente en la población y se sumaban a las conversaciones, al margen de lo que la Real Academia dijera o si las admitía o no en sus diccionarios. Frases de Mayra, Kiko, don Cicuta o cualquier invitado; pero una de las que primero caló, y más hondo, fue aquella que decían Los Tacañones (perdón a los más jóvenes) cuando se acababa el tiempo de las respuestas: "¡Campana y se acabó!".
Esta expresión pasó de ser el final del tiempo en el concurso a ser el final de cualquier cosa, cuando el fin se asomaba no faltaba quien repitiera lo de "campana... y se acabó". Por ello, dado que con Fernando Rubio viajamos a los tiempos del mítico concurso, bien la podríamos decir en la mañana de este lunes para una nueva Navidad, la de 2023-24. Aunque dadas las celebraciones que la cierran también podría ser "cabalgata, roscón... y se acabó".
Dejaban aquellas viejas navidades buen sabor de boca. La cabalgata era todo un acontecimiento, el roscón endulzaba las últimas horas y los Reyes eran el verdadero día de los regalos pues en aquellos años setenta Papá Noel todavía no tenía contrato con los niños leoneses o, como dicen los malpensados, El Corte Inglés aún no lo había inventado. (Si le tiene especial cariño a El Corte Inglés ponga a cualquier otra multinacional).
Más de cuatro décadas son mucho tiempo. En aquellos años, el Rey más querido entre los Magos, era Baltasar y solía llevar la cara pintada, muy cuidada y maquillada en las ciudades y, a veces, con verdaderas chapuzas por nuestros pueblos, donde un corcho quemado debía hacer creer a los niños que aquel Baltasar no era el vecino al que tanto se parecía... en blanco. Hay anécdotas muy diversas con este aspecto, incluso la desaparición del Mago negro a pocos minutos de arrancar la Cabalgata y tener que improvisar. Fue una bendición añadida a su aspecto deportivo la llegada del Baloncesto Elosúa a la elite del baloncesto pues fue una excelente cantera de reyes negros.
Pero hay otro aspecto de la despedida navideña de los años setenta en el que Fernando Rubio quiere incidir y no le faltan imágenes en su archivo que le despierten los recuerdos... y las papilas gustativas pues del roscón de Reyes habla y de la tradición repostera de esta tierra; con especial atención a un nombre que es santo y seña de este producto, Santiago Pérez, un verdadero maestro en la creación de ‘Su majestad el roscón’; aunque asimismo tiene imágenes de otro templo del producto. "También eran excelentes los roscones de la Confitería Sanvy que estaba en la calle Ramón y Cajal, muy cerca del Trianón y de la Torre del Gallo de San Isidoro", dice Rubio para ubicarnos con las referencias de la época pues el Trianón empieza a decirles poco a las nuevas generaciones de leoneses.
Volvamos a ese gran artista de la pastelería que es Santiago Pérez y a su sucesor Alberto. Del padre dice la entrada de ‘empresarios y empresas’ en León Virtual: "Santiago Pérez abrió hace 50 años en León la escuela que ha formado a la mayoría de los mejores pasteleros del mundo. Reinventó la repostería, probó mil fórmulas y escribió 22 libros. Tiene dos maletas llenas de premios". Nos da una idea del prestigio del leonés. Nuestro colega J.M. López no dudaba en 2012 en hablar de él en Ileón como "el gurú de la repostería leonesa" y escribía: "Dicen los más reconocidos reposteros de medio mundo que León no es conocida ni por la catedral ni por ningún otro icono del exquisito patrimonio que nos rodea. Santiago Pérez García tiene la culpa, porque a lo largo de casi medio siglo en su particular universidad dulce, Saper Centro de Nuevas Técnicas en Pastelería, se han formado miles de profesionales y maestros de todo el mundo. Las grandes escuelas de repostería reconocen la genialidad de un leonés que nació entre el hojaldre y el almíbar, aunque en su tierra es un perfecto desconocido".
Parece que estamos ante otro de los olvidados de esta tierra por los suyos, no por los ajenos, nada nuevo. El nombre de Santiago Pérez está vinculado a La Coyantina, la confitería que heredó, pero había un rasgo en su personalidad que era la generosidad, no quería ser un genio único sino enseñar a otros a hacer lo mismo que él y durante muchos años, cuando finalizaba su jornada laboral en la confitería, daba clases a sus alumnos; "a veces hasta las tres de la mañana o más tarde".
Es difícil encontrar más generosidad y es que el bueno de Santiago explicaba que lo que "más emoción" le producía era "ver triunfar a un alumno o, sobre todo, escuchar a un niño decir lo ricos que eran sus pasteles". Los mismos niños a los que endulzaba su vuelta al cole con su famoso roscón.
Campana y se acabó.