"Cualquier cosa que se haga en León, digna de ser recordada, si no anda Yuma por medio... no tiene futuro". La frase es de el director de cine Julio Sánchez Valdés en la presentación de su película ‘Luna de lobos’, adaptación de la novela de Julio Llamazares y en la que Yuma "andaba por allí".
Y es que en aquel León de los setenta y los 80 Yuma, que se llama Miguel y es de Veguellina, estaba en todo, en lo imaginable e inimaginable. Sirva algún ejemplo: Abrir el Caño Badillo, primer bar ‘rústico’, organizó el primer corro de lucha leonesa millonario en la Plaza Mayor, rescató a una niña saharaui que sus padres querían casar, llevó 10.000 libros a la República Dominicana, hizo una pintada leonesa en el Muro de Berlín cuando lo iban a derribar ("un abrazo leonés desde este muro de la vergüenza"), restauró las pallozas de Campo del Agua, ‘compró’ y rehabilitó un pueblo abandonado con la ayuda de presos de una cárcel gallega, levantó un hospitalillo en África para un amigo médico, ganó el concurso de la calabaza más grande de España... todo ello solo es una pequeña parte de la biografía de alguien empeñado en demostrar con los hechos que aún es posible ser un hombre libre, como ya lo fue de niño para elegir su nombre —Yuma— que vio en un Atlas de Estados Unidos.
Ah, y es el autor de una impagable guía de Los Ancares, la tierra en la que decidió asentarse en los años 80, donde restauró un pueblo, sembró las calabazas, congela setas, hace orujo y siempre tiene la puerta abierta para los cientos de amigos.
¿Cómo no iba a estar Yuma en una de las fases de la leyenda de Genarín? Lo estaba, allá por los 70, cuando recobró fuerza el fenómeno aunque se repitiera aquello de "éramos cuatro", que lo eran.
Y siendo en los años setenta también debía estar en ese archivo total de esa década que es el de Fernando Rubio. No solo aparece en una de las ediciones de Genarín, concretamente la de 1978 sino que nos regala "a mayores" la fotografía que mucha gente estaría convencida de que no existía: Yuma con pajarita. Existe, ahí está la fotografía. Y ahí está Yuma en la celebración de Genarín de 1978; como siempre en el ‘papel’ con más riesgo, el del Hermano Colgador, es decir el que escalaba hasta el tercer cubo de la muralla para hacerle al santo Genaro la ofrenda que marca la tradición: pan, queso, naranjas y orujo, las habituales en la dieta del santo, y también esa corona de laurel que lucirá a lo largo de todo el año en este lugar, justo enfrente de donde el pellejero encontró la muerte que le abrió las puertas de la posterior gloria.
Recuerda Fernando Rubio aquella edición de 1978 que llevó a su cámara: "En mis fotografías de hace 46 años, se pueden ver las imágenes de la recuperación de una tradición que, prohibida en 1957, había vuelto a ser celebrada desde 1974, por obra del último de sus ‘apóstoles’, Francisco Pérez Herrero y, en 1978, volvió a las calles de León". E incide Rubio en el mismo recuerdo de casi todos, que nada tenía que ver con la multitudinaria celebración que nuevamente acogió León la pasada noche de Jueves Santo. "La asistencia entonces era muy limitada y reunía a un grupo pequeño, pero selecto, que nos divertíamos con los versos y las anécdotas de Paco Pérez Herrero y, después del recorrido poético de las estaciones del especial ‘Vía Crucis Genariano’, que acabábamos con el homenaje a su memoria en la muralla cercana a el arco de Don Pelayo. Entonces, el hermano colgador, Miguel Yuma, trepaba la muralla con una botella de orujo que depositaba en un hueco, cerca de la parte superior". Y a la amistad de Yuma y el recuerdo de Pérez Herrero quiere dedicar Fernando estas imágenes en las que, por su relato, es fácil deducir que era "juez y parte".
Por aquellas imágenes de "éramos cuatro" andaban, alrededor de Pérez Herrero, gente como Julio Llamazares, a su lado en la foto en la que Paco está leyendo unos versos; Esther Santás, primera concejala socialista en el Ayuntamiento de León; el poeta José Carlón; el librero Chucho Anderson; el diputado provincial Julio Huerta; Maxi Barthe y su mujer Isabel, el primero sigue siendo ‘el cofrade mayor’ en la actualidad...
Tres años después uno de los asistentes, Julio Llamazares, publicó 'El entierro de Genarín', a petición de Pérez Herrero, que fue quien hizo la presentación del mismo. Aquel libro fue uno de los aldabonazos para que "el entierro" cogiera nuevo impulso, se fuera sumando gente y lo de "éramos cuatro" quedara en una frase para la definición y la nostalgia.