Sobre lo relatado en las declaraciones del Sumario 247/38 se realizaron diversas variaciones y agregados: haber sido las enfermeras sometidas aquella noche a violaciones y abusos (lo afirma alguna versión y otras lo niegan) y después a burlas y vejaciones; haberlas fusilado desnudas (lo que desmienten casi todos los testigos y quienes tal se pretenden, y la exhumación de sus cuerpos); que las milicianas se brindan entusiastas voluntarias para el fusilamiento, levantándose Pilar Gullón por tres veces después de dispararle, y que las que acompañan a María Rodríguez (procedente del campo rojo asturiano y hecha prisionera el 30 de enero de 1938 en Villaseca de Laciana, era condenada a 20 años de reclusión, padeciendo la Prisión de Partido de Astorga y las Centrales de Mujeres de Amorebieta y Segovia, de la que en agosto de 1948 salía en libertad condicional; su minoría de edad en la fecha de los hechos la libro de la pena de muerte), tan jóvenes como ella, eran avezadas milicianas que usaban y disparan con pistola (y no con fusil, como asegura aquella); y que "las tres mártires gritan ¡Viva España! frente a las armas que las iban a matar", se pone falsamente en boca de María, a quien también se atribuye declarar que Evangelina Arienza, Dolores Sierra, Amalia de la Fuente y Emilia Goméz González firmaron la sentencia de muerte de las enfermeras, que dispuso el comandante José Sánchez, cuando atestigua en realidad que «oyó decir» que aquellas lo hicieron (o tan solo la última). Esta, Emilia Gómez, por haber formado parte del piquete que fusiló a las enfermeras (aunque parece que no fue así) era condenada en León en consejo de guerra el 12 de enero de 1938 a la última pena. Procedente de San Marcos ingresa en la Prisión Provincial tres días más tarde, "embarazada de cuatro meses", de donde la sacan para ser fusilada en Puente Castro en la madrugada del 8 de agosto, con 21 años, cinco semanas después del nacimiento de su hija Guillermina en la Casa de Maternidad.
Antes del derrumbe del frente norte algunos evadidos a la zona sublevada traían informaciones que, sumando matices y luces nuevas a tantas otras, permiten una aproximación más, y parece que más cercana, a lo realmente sucedido en aquellos dos días de finales de octubre de 1936 en Pola de Somiedo, donde, según estas, los ejecutados lo habrían sido en varios grupos: La misma tarde del día 28 el médico Luis Viñuela y el falangista Fernández Marvá (tal vez por tenerlos por los que dieron muerte a los dos milicianos enviados a parlamentar), cuyos cadáveres llevaron en un carro al otro extremo del pueblo, calcinándolos antes de enterrarlos en un lugar (la finca Oriz) en el que aún se conservan dos cruces de piedra con sus nombres. Al siguiente día 29 se ajustició primero –en el término de la Cuerva– a un grupo de cinco militares (el alférez Ambrosio Fernández-Llamazares, el capitán Lucinio Pérez, los sargentos Eduardo Fierro y Valentín Porras, y el comandante Berrocal; según un testigo presencial, los llevaron atados individualmente, y al llegar al prado los pusieron de frente para ejecutarlos, quedando en último lugar el comandante, momento en que Genaro Arias le ofreció a Milagros Valcárcel si a este lo quería matar ella; contestando que sí, el mismo Genaro le dio su pistola, con la que hizo Milagros tres o cuatro disparos que lo mataron. Después el comandante miliciano José Sánchez dio a cada uno de los ejecutados un tiro a quemarropa), haciéndolo luego –en la finca Juan– con otros cinco, las tres enfermeras astorganas y dos falangistas (Salvador González y otro cuya identidad desconocemos). En solitario –en el pago de Villares– fue asesinado el sacerdote.
Las mataron a las tres de la tarde. Una de ellas quedó en pie, viva, y la remataron. Desde la carretera vimos a los dos falangistas y a las tres enfermeras muertos y tumbados en la hierbaA los anteriores testimonios añade Mercedes Unzeta otros –con parejos condicionantes a los mencionados, como todos– recogidos en la zona de Somiedo por la familia de la enfermera Pilar Gullón de quienes eran entonces unos niños:
Recuerda Joaquina Alba Cabeza que "cerca de las cinco de la tarde (del día 28, o más tarde, pues un guarda jurado de Valle de Lago, a medio camino, afirma que la comitiva con los presos pasó a las cuatro y pico por delante de su casa), cuando mi madre volvía con las vacas se cruzó con las enfermeras y quienes las traían atadas". Maruja Castellanos "estaba en el puente cuando pasaron por allí. Llevaban a cinco bien amarrados, dos falangistas en los extremos y las tres enfermeras, uniformadas, con las capas de la Cruz Roja encima de las batas. Las mataron a las tres de la tarde de un día soleado (el siguiente, 29). Una de ellas quedó en pie, viva, y la remataron. Desde la carretera vimos a los dos falangistas y a las tres enfermeras muertos y tumbados en la hierba. Una de las milicianas (Dolores Sierra) era gruesa y vestía pantalones y un chaquetón marrón (parece que el de Octavia Iglesias). Predestinación Marrón Álvarez también se acuerda de la llegada a Pola de Somiedo de los presos, y de que al ver a los militares y a las enfermeras rodeadas de mineros la gente tuvo miedo y se metió en sus casas, y desde ellas contemplaban los fusilamientos de los primeros, que comenzaron al siguiente mediodía.
A muerte condenaron también tras una especie de procedimiento sumarial, al médico Luis Viñuela Herrero y a su amigo el falangista José Fernández Marvá, muertos a tiros atados a un árbol y quemados. Al capellán castrense Pío Fernández lo matan después de sorprenderlo tratando de escapar en un carro. A un capitán, dos alféreces y un sargento los fusilan en un prado, arrebatándoles antes de enterrarlos, como habrían hecho con todos los militares ejecutados, las botas y las ropas, preciado tesoro para aquellos combatientes por la República pobremente vestidos y que en su mayoría calzan alpargatas.
Una historia en la que, desbrozada en parte la leyenda y "estando claras las líneas generales, quedan aún lagunas y detalles por esclarecer y es difícil de confirmar en todos sus extremos". En cualquier caso, y a pesar de sus puntos ciegos y contradicciones, una trágica y triste historia que merece difundirse y darse a conocer en todos los extremos que hasta la fecha es posible dilucidar, no solo para que, como nos decía en abril de 2010 Isabel Menaza Rivas, nieta de otras de las víctimas –estas olvidadas– de aquel sangriento episodio (Ignacio Menaza Santos y su esposa Milagros Valcárcel de Lama, que tuvo que dejar a sus dos hijos con familiares en El Bierzo y huir de la represión cierta y seguramente mortal que presagiaba para morir víctima de un bombardeo en Barcelona mientras esperaba exiliarse en Argentina), "...cada cual ocupe el sitio que merece, y porque no solo fueron buenos y mártires unos y asesinos los otros...", también para desmontar y situar en su justa dimensión a la luz de lo ahora conocido la al parecer errada memoria familiar que hasta ahora le ha transmitido a ella en el seno de la suya haber sido aquellas enfermeras «quienes más indujeron y azuzaron a los ejecutores de los dos milicianos brutalmente asesinados en Santa María del Puerto la noche del 27 de octubre de 1936». Unas violencias cuyo origen y primera responsabilidad se hallan en un golpe de Estado que unos meses antes asestan una parte de los militares, conjurados con civiles, a un Gobierno legítimo, golpe de Estado que desata furias y horrores que sufrirán tanto fieles defensores de la legalidad como alzados contra ella (y –como era el caso– sus adeptos) en la guerra en la que la ilegal su-blevación había derivado, guerra en la que unos eran agresores y otros quienes se defendían de la ilegítima agresión.
Tampoco fue la posición de Somiedo tan "heroica e inmediatamente recuperada por los valientes soldados nacionales" como luego se diría. Lo era el día después de ser perdida, en la mañana del 29 de octubre por una impresionante fuerza militar de más de mil hombres (un batallón de León y otro de Astorga, una sección de Asalto, y falangistas de Lugo y de León) con ametralladoras, morteros y artillería, apoyados por aviones de la base aérea leonesa de la Virgen del Camino, cuando los republicanos, dada su inferioridad en armamento y efectivos, ya se habían retirado, manteniendo en ella hasta que a mediados de diciembre aparezcan las primeras nieves una importante y reforzada guarnición al mando del comandante Elías Gallegos Muro. En Santa María del Puerto no encontraron a su regreso más que muertos los rebeldes, que, encubriendo la derrota sufrida, tan solo informan en su prensa de las "operaciones de limpieza realizadas los días 27, 28 y 29 para evitar las incursiones de los rojos, que trataban de rodear algunas posiciones" (se dice el 31 de octubre en El Pensamiento Astorgano).
Se otorgó a las enfermeras, tenidas por "martirizadas y muertas por Dios y por la Patria en la Santa Cruzada", una calle en su ciudad, y en abril de 1940 la Cruz de Guerra a título póstumo por los servicios prestados. Además de las hagiografías citadas, el presbítero astorgano Juan Aponte les dedicó una Elegía, que se solía repartir entre los feligreses cuando se tomaba alguna población importante por las tropas franquistas, y el escritor villafranquino Antonio Carvajal Álvarez de Toledo publicó un Soneto laudatorio con motivo del traslado de sus restos a la Catedral de Astorga. Se exaltó a "las tres mártires de Somiedo" (arrinconando a las otras víctimas del bando faccioso asesinadas junto a ellas), se les tributó homenajes, y la Iglesia católica y la historiografía del franquismo las encumbraron a los altares y las glorificaron. El 11 de junio de 2019, atendiendo exclusivamente y haciendo suya –entre tantas diferentes– la añeja versión franquista de esta historia, en esencia la por unos y otros desmentida y absoluta y radicalmente falsa que recoge y promueve Concha Espina, el Papa rubricó que "fueron asesinadas por odio a la fe", elevándolas el 29 de mayo de 2021 oficialmente al culto como beatas y mártires por una muy nutrida cohorte eclesiástica en una magna ceremonia plena de ostentación y de boato, mientras se continúa silenciando que sus muertes fueron cobradas más tarde con desmedidas creces (cuando el 5 de julio de 1937 los soldados de España ocupaban el puerto de Somiedo supieron castigar la horrible muerte de las tres enfermeras, aniquilando por completo al batallón que guarnecía sus trece posiciones, sin que se salvara ni uno solo de sus defensores, haciendo cerca de 300 muertos y cien prisioneros, se dice tres días más tarde en El Pensamiento Astorgano, que anuncia en su portada: "El sepulcro de nuestras heroínas, liberado"), y que durante mucho tiempo cualquier miliciano capturado que hubiera pertenecido en algún momento al Batallón Guerra Pardo era, sin remisión, perseguido y martirizado sin tregua y seguro candidato al paredón o la cuneta.
Un desenlace con hechos ciertos y otros por esclarecer
José Cabañas llega al capítulo final del pormenorizado relato de la muerte de las llamadas enfermeras mártires de Astorga, en el que reconoce que aún quedan algunos hechos por esclarecer
21/08/2022
Actualizado a
21/08/2022
Lo más leído