Su tez palideció. Nadie hablaba con la Canciller a menos que fuera estrictamente necesario o fuera la última acción que iba a realizar en su vida. Brandon y Alice, inseparables compañeros, caminaron por los pasillos del Ministerio de Justicia y Entretenimientos hasta el despacho número diez, el de la Canciller. Entraron en la estancia y comprobaron que, realmente, el mayor exponente del Co-Bierno, la defensora y salvadora de la Nación se localizaba ante ellos, sentada en la mesa desde la que presidía el mundo entero.
—Sentaos, por favor —indicó la Canciller.
—Canciller —dijo Brandon—. Estamos muy arrepentidos por lo ocurrido. El asesino de aquellas personas nos engañó a todos. Sentimos enormemente esta situación.
—Brandon Philip, ¿no es así? —Preguntó la Canciller—. Es usted uno de los mejores arquitectos y actores. Dentro de los Juegos Judiciales y su corta vida, es usted toda una eminencia. Respecto a usted —dijo señalando a la mujer—. Es Alice Carbondale Roads, la pupila del doctor Alddebarán y, por lo tanto, merece mis respetos. Han organizado uno de los mayores espectáculos que el mundo jamás ha visto. ¿Por qué iba a estar enfadada con ustedes dos?
Aquellas palabras pillaron por sorpresa a los dos organizadores principales. No sabían, después de todo lo ocurrido, por qué la Canciller se hallaba en aquella situación de tranquilidad absoluta.
—Canciller —intervino Alice—, hemos capturado y torturado al asesino equivocado. Los detectives han quedado en entredicho y tanto así los Juegos Judiciales. Uno de los actores que designó para el proyecto, Iban Elis ha fallecido, asesinado por el marido de la mujer. Creemos que ha sido un completo fracaso.
La Canciller sonrió y soltó una pequeña risotada.
—Querida niña, ¿eso piensas de verdad? No importa quién es el asesino o qué ha hecho. Lo importante es el espectáculo. ¿Sabes cuántas personas han visionado el momento de la confesión de Ernest Ambrose?
—Pero —interrumpió Brandon—, ese no era Ambrose.
—Más de cuatro mil millones de personas —le cortó la Canciller—. Cuatro mil millones de personas. Más de la mitad del planeta estaba pegada a la TeleVerdad para saber cuál sería el final del asesino. Y, si aún no os habéis dado cuenta, al Co-Bierno no le importa que su nombre fuera Ernest Ambrose u otro cualquiera. Lo verdaderamente importante es el espectáculo. Que los habitantes de la Nación sientan el miedo de los criminales, que los asesinos dejen de matar porque temen participar en uno de los Juegos Judiciales. Conseguir acabar con el crimen y ofrecer al público entretenimiento gratuito de por vida. ¿Sabéis lo que eso significa? —detuvo su discurso por un segundo—. Completa y total sumisión por parte de los habitantes de la Nación.
—Pero Canciller….
—Ahora quiero que sigáis trabajando. El siguiente proyecto, relacionado con los Juegos Judiciales, es mucho más ambicioso de lo que parece. Se trata de lo siguiente:
La Canciller dedicó los siguientes minutos a explicar la intrincada red de interacciones humanas que se tendrían que desarrollar para que el plan se ejecutase a la perfección. Brandon acató todas las órdenes que la Canciller le había indicado, pero Alice era más reticente a participar en la siguiente etapa de la malévola idea de la Canciller.
—Es deseo de El Padre que esto evolucione de esta manera —dijo la Canciller a Alice una vez ambas se deshicieron de la presencia de Brandon—. Con vuestra ayuda, haremos un mundo mejor.
Alice Carbondale Roads salió del despachó de la Canciller sin saber que su destino ya estaba escrito. La Canciller la había manipulado para redirigir sus pasos hacia la decisión correcta para el devenir de los futuros hechos históricos.
Con la situación más calmada, el doctor se acercó a la Canciller para confesarle sus verdaderos miedos.
— ¿Crees que hará lo que le has indicado? —le preguntó el doctor.
—No, Óscar. Ella se desvinculará de lo establecido. Seguirá su propia senda, haciendo caso omiso a los consejos que le he aportado. Pero la historia debe repetirse, como siempre ha ocurrido. Y Alice Carbondale Roads se rebelará contra los Juegos Judiciales que ella misma creó. Así ha sido siempre, querido doctor, y así será.
— ¿Cuándo sabremos si ha funcionado?
—A su debido tiempo, doctor —dijo la Canciller, con la vista puesta en un año en concreto. 2058—. A su debido tiempo.