Aunque la lanzadera de precipitación del Núcleo Central me había mareado más que en otras ocasiones, no podía olvidar el hecho de que El Padre nos había reclutado para resolver los crímenes de la Historia y, para ello, debíamos recorrer la vasta línea temporal grabando, gracias a nuestras lentillas especiales, todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Confiaba sin duda alguna en mis tres compañeros, pero no iba a dejar de lado la idea de poder eliminar a uno de ellos antes de ser vencido en esta intrincada aventura que es la supervivencia.
Como digo, esta vez fue diferente. El abrumador encanto de la urbe italiana nos dejó sin palabras. Era de esperar que, debido a la interacción de los Trajes Judiciales, ya nos encontrásemos vestidos de época y preparados para comenzar la misión.
Con un estilo acuchillado, caracterizado por la tenencia de costuras abiertas y de cortes deliberados de la prenda para dejar su forro a la vista, vestíamos las gorgueras que nos permitían pasar desapercibidos. Un cordón fruncía la tela al cuello para evocar esa presencia carismática del renacimiento italiano del siglo XVI. Las mujeres también llevaban esta prenda, que se había popularizado tras haberla importado desde Flandes. Un pañuelo coronaba el elegante atuendo de mis compañeras y, como aporte final, resaltar la ambivalencia de las vestimentas que portábamos, pues si hacía el suficiente calor, podíamos ser libres para desmontar las mangas de las mismas y disfrutar de la brisa en los brazos.
Fuera de los detalles que el humilde narrador de esta historia, Ernest Ambrose, puede ofrecerles, cabe destacar que Vicra estaba a punto de describirnos cada una de las incógnitas que rodeaban esta Plaza de la Señora.
— ¿En qué año estamos exactamente?
—Estamos en el siglo XVI, el momento de máximo esplendor de la ciudad más bella del planeta Tierra, Florencia —continuó Vicra—. Pude que cerca del año 1576, aunque los datos que envía el Núcleo Central no aportan mucha claridad.
>>La misión que hoy nos ha reunido tiene como intención esclarecer quién asesinó a la duquesa de Florencia, Isabel de Médici, hija del duque Cosme I de Médici, que falleció en extrañas circunstancias y supuso un giro en el devenir político de la época.
— ¿No se decía que la asesinó su marido, Paolo Giordano? —peguntó Alice.
—Eso es lo que se creía. Pero si estamos aquí, significa que hay algo más escondido tras su muerte. A principios del siglo XXI se encontró el cuerpo de la duquesa y se pudieron estudiar sus restos. Se determinó que la Estrella de Florencia, así era llamada por su padre Cosme y por el pueblo florentino, fue asesinada por su marido. Si buscamos con exactitud, encontraremos la respuesta a todas estas preguntas. Por ejemplo, para entender la sociedad de la ciudad y de la época, es necesario que hablemos de la Plaza de la Señora.
A nuestro alrededor y con un alarde de egocentrismo desbordante se alzaba una de las sucesiones de edificios más bellas construidas hasta la fecha. Con diferentes avenidas que la conectaban con el río Arno, la Plaza de la Señora ofrecía un lugar de paso para todo aquel comerciante y hombre de negocios interesado en realizar cualquier tipo de transacción económica.
—Esta plaza está edificada sobre unas termas romanas que no serán descubiertas hasta dentro de cuatrocientos años. De hecho, los arquitectos de la ciudad utilizaron varias de las piedras romanas para levantar la Torre de Arnolfo, que se levanta para sobresalir en el skyline toscano. Esta torre no fue planteada hasta 1314, cuando se finalizó su proceso de construcción, aunque la plaza ya era utilizada por los italianos mucho antes de esa fecha. Las gentes de la ciudad no se hacían eco de la sorpresiva aparición espontánea de cuatro hombres del futuro. A mi modo de ver, éramos completamente invisibles. Efecto, quizás, causado por la influencia de los Trajes Judiciales o por algún tipo de embrujo lanzado por el Núcleo Central. La última posibilidad nacía de la falsedad individual de cada uno de los habitantes de la ciudad, copias de otros creadas por y para sorprenderme. Una mirada concisa de Brandon me devolvió a la realidad y seguí escuchando la conversación de la que me había abstraído.
— ¿Y qué es ese edificio que está bajo la Torre de Alfonso?
—La Torre de Arnolfo —corrigió Vicra a Alice—. Se llama la Torre de Arnolfo y se alza sobre el Palazzo Vecchio.
— ¿El Palazzo Vecchio? —pregunté confundido.
—El Palazzo Vecchio —se reafirmó nuestra conveniente guía de la ciudad—. Era la residencia habitual de Cosme I de Médici hasta que se trasladó al Palazzo Pitti en 1549. Desde entonces, se conoce a esta edificación como Palazzo Vecchio, Viejo, indicando así que fue la antigua residencia ducal.
— ¿Sigue viva Isabel de Médici? —preguntó Alice.
—En efecto, estamos aquí para descubrir lo que le ocurrió de verdad a esa mujer. Pero antes, es necesario que os cuente una historia relacionada con su muerte. Seguidme hasta la galería de los Uffici.
Recorrimos la plaza sintiendo el empedrado irregular que la cubría bajo nuestros pies. El sol se proyectaba desde la parte superior y emitía de forma clara una sombra sobre la meridiana colocada en un palacio adyacente. La perpendicularidad de la sombra reflejaba la hora exacta en la que el sol alcanzaba su punto zénit y se posicionaba en el centro exacto de la plaza para recordar a todos sus súbditos que ya era mediodía.
Mientras caminaba, no había caído en la rapidez con la que el grupo se había adelantado a mis pasos. Me había quedado atrás debido a mi inoportuna necesidad de estudiar con la mirada cada uno de los detalles de la famosa ciudad. En cuestión de segundos, llegamos al punto exacto al que Vicra se refería, La Logia de la Señora.
Sentado bajo la sombra del tejado, un joven pintor intentaba, con frustración, volcar en un débil papiro, la imagen del Palazzo Vecchio. Por razones lógicas, no conseguía su propósito, pues resultaba imposible dibujar sin un apoyo bajo el lienzo o un caballete que sujetase la estructura. Por otro lado, el carboncillo que utilizaba se quebraba sin cesar, convirtiendo al hombre en un manojo de nervios.
—Mirad a ese pobre indeciso —dijo Alice con un tono diferente al que utilizaba siempre—. Está intentando dibujar el palacio pero no puede.
—Eso es porque no tiene los productos ideales para realizar tal trabajo —parecían palabras ensayadas, sin ritmo alguno de diálogo.
—Brandon –intervino Vicra–, se te olvida que en esta época aún no conocen… –la pausa me dejó anonadado pues no entendía aquella comedia que se representaba ante mis ojos–. La FotoCarpeta –y de la nada, como si tuviera escondido en el interior del vestido una gran carpeta de dimensiones cercanas a las de un folio, sacó el artilugio del que estaba hablando.
— ¡Ah! —Exclamó Brandon—. Es cierto. Estamos en el Renacimiento y la FotoCarpeta aún no se ha inventado. Es una verdadera lástima que este maravilloso producto no pueda hacer la vida más fácil a la gente del pasado, igual que nos lo hace a nosotros.
—Sí, camarada —intervino Alice, incapaz, por cierto de sostenerme la incrédula mirada que estaba adoptando yo—. La FotoCarpeta es uno de los inventos del siglo —y mientras estas palabras salían de su boca, Vicra, que sujetaba el artilugio en sus manos, realizaba una serie de movimientos coreografiados para enseñarnos todos los beneficios del aparato—. La FotoCarpeta te permite recoger todo tipo de imágenes en el momento y almacenarlas para siempre en el dispositivo. También puedes escribir en ella y todo quedará reciclado en su interior. La FotoCarpeta es, el aliado perfecto.
Expulsado el discurso de su cavidad bucal, la conversación pareció volver de nuevo a su cauce original. Sin dar crédito a todo lo que estaba ocurriendo decidí no hacer hincapié en aquel episodio de nuestro viaje, aunque sí me di cuenta de un terrible detalle. Durante aquellos segundos, nunca me miraron a los ojos, siempre dirigían su mirada hacia alguien por encima de mi hombro. Alguien o algo oculto detrás de mí y que les observaba.
—Quiero que os deis la vuelta —continuó Vicra con su monólogo— y que observéis esa piedra en el exterior de la galería de los Uffici.
Una vez decidimos seguir sus indicaciones, descubrimos un rostro escarbado en la dura roca. Un rostro de un hombre, con unas facciones perfectamente delimitadas que otorgaban a la obra de arte, o vandalismo, de un tono sombrío pero elegante.
— ¿Quién es ese hombre? —preguntó Brandon, recuperando su tono normal.
—Lo importante no es quién es, sino quién lo esculpió. Cuanta la leyenda que el propio Miguel Ángel esculpió a este hombre, un posible sentenciado a muerte, con las manos a la espalda mientras este era ajusticiado en la Plaza de la Señora. También se dice que, en una ocasión, un hombre se acercó a Miguel Ángel para hablar con él y, fue tal la pesadez de su tema de conversación que, mientras aguantaba su discurso, se dedicó a hacer un boceto del hombre con las manos a la espalda. Por esa razón a esta extraña figura se la conoce como L’Importuno.
— ¿Y qué tiene que ver este hombre con Isabel de Médici? —impelió ahora Alice.
—De nuevo, él no. Miguel Ángel. Ahora entremos al Palazzo Vecchio, hay algo que quiero enseñaros.
Cruzamos las estancias que, aunque prohibidas para cualquier miembro del populacho, estaban siempre abiertas para alguien como nosotros, los VagaMundos. Después de incansables caminatas por los recodos más descuidados del palacio, conseguimos aparecer en un norme salón de más de cincuenta metros de profundidad que estaba decorado por varias representaciones artísticas, aunque sin recurrir al agotador tono recargado que puede verse en otros estilos arquitectónicos.
—Bienvenidos al Salón de los Quinientos —dijo Vicra—. Esta magnífica edificación data de hace menos de cien años. Fue encargada por el fraile Savonarola y se construyó en menos de siete meses entre los años 1495 y 1496.
Si me inflaba de valor y decidía mirar hacia el techo podía arriesgarme a perder el conocimiento ante tal alarde de talento artístico. Un admirable artesonado cubría cada palmo de la superficie elevada sobre nuestras cabezas. Los cuarenta y dos paneles, pintados por Giorgio Vasari y un grupo de expertos, representaban las escenas de exaltación hacia Cosme I, todas enmarcadas en tallas doradas que recargaban el estilo ambicioso de la obra. Aunque todo aquello era admirable, Vicra no se dignó a mencionarlo.
—Quiero que obviéis todos los detalles que puedan distraeros y os fijéis en esta obra de Giorgio Vasari, se llama La Batalla de Marciano en Val Di Chiana. Giorgio Vasari pintó más de seis escenas para decorar las paredes de la estancia. No hace más de diez años que están terminadas, pero esta, en concreto, tiene algo de especial interés. A doce metros de altura, se localiza un mensaje secreto que Giorgio Vasari dejó para su descendencia.
Descubrimos, tras intentarlo, que era imposible dirigir la mirada hacia ese punto. Por suerte, Vicra sacó de nuevo su FotoCarpeta y nos enseñó una imagen que representaba a un banderizo del ejército pintado por Vasari que sujetaba una bandera con un mensaje escrito.
"CERCA TROVA"
—Por primera y única vez en la historia —continuó Vicra con su relato—, en 1503, se reunieron en Florencia dos de los más aclamados artistas de todos los tiempos. Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci. A ambos se le fue encomendada la misión de pintar un cuadro de diecisiete metros de largo por siete de altura. Cada uno debía hacerlo en uno de los laterales interiores del Salón de los Quinientos. A Leonardo se le encargó representar la Batalla de Anghiari sobre la pared de la derecha, por su parte, a Miguel Ángel se le ordenó pintar un episodio de la Batalla de Cascina en la pared contraria.
>>Aunque este podría haber sido el salón que albergase los dos cuadros, posiblemente, más importantes por su contexto histórico, la leyenda no puede tener un giro de guion más inesperado. Dos años después, Miguel Ángel es llamado desde Roma para construir la tumba del Papa, por lo que abandona el proyecto, habiendo solo confeccionado el cartón, que nunca se encontró al ser premeditadamente destruido por el pupilo del artista, que sentía tal admiración hacia él que rozaba la enfermedad.
>>Por su parte, Leonardo instaló un moderno andamio en el Salón de los Quinientos y se propuso terminar su obra más grandiosa. Por desgracia, la técnica de fresco, que no era la favorita del autor, era la más indicada para el lugar, pero Leonardo dedicó mucho tiempo para estructurarla y organizarla a la perfección. Debido a estos interminables procesos de espera entre pincelada y pincelada, Leonardo decidió utilizar el encausto, aunque necesitaba siempre de una fuente de calor para que la pintura solidificase rápidamente. A lo largo de la confección, la parte baja del cuadro se secó sin problema, pero la parte alta se deshizo y se desprendió a pedazos. Con la obra casi finalizada, Leonard abandonó el proyecto y toda obra que se había realizado se expuso durante años aquí, en el Salón de los Quinientos.
—Pero has dicho que estas obras son de Vasari, no de Leonardo —intervine.
—El caso es que, de cara a la reforma de hace unos años, encargada a Vasari, por el duque Cosme I y su hijo Francisco I de Médici, se decidió que los cuadros de Miguel Ángel y Leonardo se destruyeran y se culminasen las paredes con obras sobre la victoria florentina en batallas de la familia Médici. Por ello Vasari pintó los frescos que la toma de Siena y la derrota de Pisa.
— ¿E Isabel de Médici? —Preguntó Alice—. ¿Dónde encaja en esta historia?
—Se dice que muchos contemplaron la obra de Leonardo antes de ser destruida. Por ejemplo, gracias al pintor Pedro Pablo Rubens, que hizo una copia de varias de las escenas, hoy podemos saber cómo era dicho cuadro. Incluso el mismísimo Vasari, autor de los cuadros que sustituyeron al de Leonardo, siempre dijo que tal belleza era indescriptible. Por ello, siempre se ha inclinado a pensar que Vasari no destruyó el fresco de Leonardo, ya que lo admiraba, sino que lo ocultó bajo sus propias representaciones. Quizás, antes de que Cosme I se diera cuenta, Vasari, un reputado artista, puede que construyera una pared falsa frente al cuadro de Leonardo, dejando un mínimo hueco para el aire y pintando sus representaciones sobre dicha pared. Ese es el motivo por el que se dice que Vasari dejó pistas sobre la ubicación del cuadro de su predecesor. Por eso os he indicado que observéis esa imagen, porque Vasari escribió en uno de los estandartes la palabra Cerca Trova, que en italiano significa Busca y Encuentra pues, según cuenta la leyenda, el cuadro de Leonardo Da Vinci aún se oculta tras la pintura de Giorgio Vasari.
La leyenda había calado en mí como las afiladas lanzas que se clavaban sobre el pecho de los enemigos de Florencia, pero Vicra aún tenía que resaltar un último aspecto.
—Lo que seguramente no sepáis y, me atrevo a asegurar que, hasta hace poco tiempo nadie había descubierto, es que Giorio Vasari escribió ese mensaje con una doble simbología. Cerca Trova nos avisa de que el cuadro puede estar escondido a simple vista, pero también nos confiesa que él sabía que la duquesa Isabel de Médici, la Estrella de Florencia, hija de Cosme I de Médici, ya corría peligro de muerte.
>>Diversos datos nos reafirman que Vasari escondió otro mensaje secreto en las palabras Cerca Trova. ¿Alguien sería capaz de descifrarlo? —lanzó la pregunta al aire.
Descuidando mis modales y abstrayéndome del grupo, decidí investigar la pintura y el estandarte que escondía el secreto a voces. Debía, por tanto, rebuscar en mi consciente sobre las diversas probabilidades que planteaba la incógnita. ¿Cómo sabía Giorgio Vasari que la Estrella de Florencia iba a ser asesinada en cuestión de meses? ¿Qué significado tienen las palabras “Cerca Trova”, aparte del ya conocido “Busca y encuentra”?
Confié en mi intelecto y seguí hurgando en mi interior hasta que descubrí la verdad. Descubrí cómo Vasari avisó a la duquesa que corría peligro.
Pero, querido lector, prefiero no desvelar la incógnita hasta el final pues, al igual que yo, estoy seguro de que usted también puede descifrarlo y, por consiguiente, podrá seguir leyendo mis palabras.
Solo recuerde, siempre hay que darle una vuelta al pensamiento para obtener así todos los puntos de vista.
Fin de la sexta transmisión.