Después, fundido a negro. Me desperté en una cúpula y, si el atento lector puede discernir entre lo real y lo imaginario, apelo a su ayuda para poder, al fin, descifrar el enigma que inunda mi vida de desdicha.
Brandon y Alice me miraban, sin decir nada. Miles de personas se agolpaban tras el cristal de la cúpula del Juiciódromo y yo, hincado en mis rodillas, aguantaba la mirada de todos aquellos ojos que solo querían jugar conmigo.
—Estás en el año 2038 y ahora lo vas a comprender todo —comenzó Brandon—. Hace dos años te pillamos. Eres el asesino confeso más famoso dentro de los límites de la Nación. Durante la década de los años veinte y la mitad de los años treinta, asesinaste a más de diez personas sin la posibilidad de ser capturado. Pero cometiste un error y el equipo de detectives de la Nación te localizó inmediatamente.
—Yo no soy ningún asesino. Solo he hecho cosas… —intervine—. Malas.
—Mataste a aquellas personas, monstruo sin escrúpulos —Alice se pronunció, insultándome. Aunque Brandon hizo que mantuviera silencio después de un segundo.
—Compañera Alice, te imploro paciencia en este término. Vamos a explicarle las cosas paso por paso, para que él las entienda y podamos cerrar este caso para siempre. Así, los habitantes de la Nación quedarán satisfechos con el veredicto final.
Como había hecho antes, Brandon abrió los brazos para abarcar a los presentes, que se fundieron con él en un estruendoso aplauso que duró más de medio minuto. No sabía cómo proceder. Investigué las salidas, aunque no pude encontrar una que pudiera propiciarme una huida precisa. A decir verdad, no encontré fisura alguna en la Cúpula que conformaba el Juiciódromo.
—Empecemos por el principio —sentenció Brandon—. Tu nombre es Ernesrt Ambrose y naciste en 1994. Tienes cuarenta y cuatro años y llevas asesinando desde los treinta. Antes de comenzar a enumerar la cantidad de muertes que hay a tus espaldas, es preciso que conozcas la mecánica de los Juegos Judiciales. Ahora te encuentras dentro del Juiciódromo, un estadio dedicado, como bien ha indicado mi compañera con anterioridad, a las personas con alto grado de peligrosidad que hayan estado involucradas en algún crimen.
Mi yo interior estudió aquellas palabras. Ahora lo entendía todo. La risa caótica se apoderó de mí, pero era necesario escuchar su discurso completo para proporcionar a mis captores la suficiente tranquilidad como para cogerles desprevenidos. Mi vida había terminado, pero aún restaba la traca final. Decidí mantener la calma e hincharme de paciencia, esperando el momento indicado para desvelar el secreto a voces.
—Hace menos de tres años —siguió ahora Alice— el doctor Óscar Alddebarán Liceo y yo confeccionamos el suero PierdeRecuerdos, una fórmula dedicada a la extracción de los recuerdos seleccionados de la memoria de una persona. Nosotros eliminamos los recuerdos referentes a ciertos periodos de tiempo, más concretamente y en tu caso, a la época en la que se produjeron los asesinatos. Gracias a las Lentes Oculares, que se te han implantado, al igual que a los demás habitantes de la Nación, hemos podido condicionar tu realidad y hacer que vieras aquello que no existe. Lo denominamos Realidad Virtual.
>>El Mundo, tal y como lo conocemos, está cambiando. Es una opinión realista pero agorera y, los criminales se habían aprovechado de ello. Las cárceles no daban abasto y cada asesino cumplía una ridícula condena apoyada por ridículas leyes gubernamentales. Gracias al Co-Bierno, y a la Canciller, el sistema cambió por completo.
"Con que estaba allí presente", pensé. "La mismísima Canciller había venido a cerciorarse de que confesaba los crímenes. Pues se iba a llevar una desagradable sorpresa".
—Ante esta perspectiva de cambio —continuó Brandon—, la Canciller planteó a los doctores más influyentes del país una solución a la altura de las circunstancias. Una tortura continua al preso confeso de los crímenes cometidos. Someter al infame, durante el resto de su vida, a una perpetua inmersión en la Realidad Virtual. De esta manera, los criminales más peligrosos del planeta no tendrían cabida en una cárcel normal y tendrían que hacinarse en las MentiCeldas, deliberadamente preparadas para acabar con las ilusiones de cualquier método de escape. Se proyecta, durante veinticuatro horas al día, una ilusión óptica en la lente del individuo que hace que piense que está en esa irrealidad. Le sometemos a una tortura visual durante el resto de su vida. Algo a lo que no puede resistirse.
Mi semblante se había vuelto más serio. Estaba comprendiendo los factores que me habían llevado hasta allí, aunque desconocía cómo se iban a tomar mis dos captores la fatídica noticia que estaba a punto de hacerles llegar. Antes de eso, deduje que tendría que permitirles finalizar su alegato. Al fin y al cabo, esto era un Juicio. No un juego.
—Pero —interrumpí—, ¿por qué estoy en el Juiciódromo y no en una MentiCelda?
—Porque tú eras diferente —respondió Alice, encantada con aquella nueva perspectiva—. Hace dos años, probamos esta fórmula por primera vez, con uno de los criminales más tercos y peligrosos de la faz de la Tierra, William Bach. Este se introdujo en la realidad, sin saber que era todo ficción y dio resultado. Confesó sus crímenes y aún sigue cumpliendo cadena perpetua virtual por sus errores. Ahora, contigo, Ernest Ambrose, ocurre lo mismo. El Juiciódromo permite crear Realidades Virtuales mucho más creíbles. De hecho, la gran cúpula alberga más de seis hectáreas de contenido holográfico disponible para disfrute de los espectadores. Lo que has visto a lo largo de estos meses, es pura ilusión.
—Las pirámides —enumeró Brandon—, el Londres de 1888, el renacimiento, e incluso el futuro. Eran magníficas ficciones creadas por nuestros mejores arquitectos y actores para que pensases en la importancia de los acontecimientos que vivías. Y para culminar este acto y demostrarte por qué eres un asesino, quiero presentarte a las víctimas mortales de tus crímenes —entonces elevó un brazo y dio paso a la presentación de los personajes que, arbitrariamente, aparecían dentro de la cúpula corriendo desde el extremo derecho de la misma—. Ellos son: ¡Vicra, Iban, Vastos y Mara!
Los cuatro se pusieron a la misma altura que Alice y Brandon y antes de que pudiera decir nada, me increparon con insultos y amenazas que no puedo recoger en este diario.
—Tú los mataste, al igual que mataste a tus otras víctimas. Durante ocho episodios, intentamos recrear las muertes de tus víctimas verdaderas. Tu primer asesinato fue durante una noche de densa niebla en la Nación. Nos pareció muy fidedigno representarlo haciéndote viajar a Londres, un idílico lugar con la presencia de uno de los asesinos más famosos. Cada uno de nosotros —dijo Alice, señalando al grupo— tenía la obligación de ponerte en una situación de aprieto mental para que pudieras derrumbarte y expresar tus sentimientos. Cada uno disponía de una sola oportunidad para organizar sus propios Juegos Judiciales contigo como cobaya. ¡Cuál fue nuestra sorpresa al descubrir que, cuando interactuábamos demasiado contigo, tu agresividad crecía hasta límites insospechados! Tal es así, que acabaste con la vida de todos.
>>Primero fue Vastos, que proyectó tu primer asesinato en Londres durante la época victoriana. Se conoce que asesinaste a una mujer llamada Rose Easton degollándola y mutilando su cuerpo hasta que la hiciste desaparecer. Vastos te posicionó el cuchillo en la mano, pero tú se lo clavaste antes de darte la oportunidad de confesar. Eso nos obligó a eliminar a Vastos de la misión. Aunque nos proporcionó información suficiente para tu siguiente Juego Judicial.
Desde la parte superior, cientos de pequeños leds formaban una pantalla holográfica que proyectaba una imagen. Recordaba aquella situación, pero no desde aquella perspectiva. Como si otra persona, con una cámara, hubiera emitido todos esos Juegos al mundo entero.
—Después fue el turno de Mara Andrews, una de nuestras mejores arquitectas virtuales. Ella creyó que, acercándose a ti, demostrándote confianza, caerías en su red. Tu segunda víctima fue un joven extranjero que se cruzó, por desgracia, en tu camino. Tú lo arrojaste al vacío desde una gran altura y, aunque el plan de Mara hubiera sido otro, la dejaste caer, perdiendo la oportunidad que ella había creado para que te sincerases con ella.
De nuevo, las imágenes de aquel acto. No desde mi punto de vista, sino desde la esquina superior izquierda, mostrándolo como si fuera una película.
—Mataste a Tutankamón, a sus guardias y al pobre Iban, que creyó que, colocándote en una posición de desventaja numérica, conseguirían achantarte. No fue así. Tampoco tuvieron esa suerte los hombres y mujeres a los que apuñalaste en aquella fiesta. Acabaste con los cuatro sin dilación. Iban pensó que ese recuerdo te helaría por dentro, pero ninguno sabíamos entonces que ya eras un bloque de hielo. La pantalla mostraba ahora los destellos de aquel recuerdo en la ciudad antigua de Tebas, frente al cadáver del faraón Tutankamón. Mis sentidos pretendieron interrumpir su discurso, pero pensé que sería más jactancioso para mi futura vida disfrutar ese momento al máximo.
—Por último, Vicra. Todos confiábamos en que ella, con su dulce tono de voz, conseguiría convencerte para confesar y sacar así todas las voces de tu cabeza. Pero mataste a Isabel de Medici en la ficción y noqueaste a su marido de un puñetazo. Ese fue tu fatídico error, no matar al marido. Durante tu último crimen, intentaste asesinar a una pareja a la que habías seguido hasta el hogar. Asesinaste a su mujer, pero él quedó inconsciente y te reconoció. Nos proporcionó tu descripción y te encontramos, unas manzanas más alejado de la casa de la pareja. Te trajimos aquí y te sometimos a los Juegos Judiciales.
Había terminado su alegato. Habían pasado más de seis meses de aquel suceso y aún no se habían dado cuenta. Era el momento perfecto para sacarles de su error.
—Ernest Ambrose —dijo Brandon—. ¿Te declaras culpable de la muerte de todas esas personas?
Y, entonces, comencé a reír.
— ¡JA JA JA JA JA! —no podía parar—. ¡JA JA JA JA JA JA ¡
El Juiciódromo enmudeció y, por el rabillo del ojo, pude localizar el palco presidencial desde el que observaba la escena la propia Canciller. Decidí levantarme para continuar con mi desorbitada forma de carcajearme de todos ellos.
— ¿Qué te pasa? —dijo Iban.
—Se ha vuelto completamente loco —espetó Vicra.
—Deberíamos hacer que… —no dejé que Vastos continuase la frase.
— ¡¿Dónde está el marido?! —grité a los cuatro vientos una vez supe que era el momento perfecto.
— ¿Qué? —Alice estaba nerviosa.
— ¿Que dónde está el dichoso marido? Habéis dicho que asesiné a la mujer y noqueé al marido. ¿Dónde está ese hombre?
Brandon decidió responderme.
—Una vez tomamos declaración de los hechos, le dejamos llorar a su esposa. Estos meses hemos intentado localizarle pero no ha sido posible. Ha desaparecido.
— ¡JA JA JA JA! —volví a reír.
Entonces lo vi claro. Les había engañado a todos.
—Pobres ilusos —continué—. Vuestro sistema funciona. Sí… vuestro sistema funciona. No soy un asesino, pero me habéis convertido en uno. Me habéis hecho creer que he matado a varias personas inocentes y ni siquiera habéis comprobado que yo era el auténtico culpable.
—No digas sandeces —dijo Alice con los nervios a flor de piel—. Eres el asesino que buscábamos. Tú lo has confesado mientras te engullía el agujero negro.
—He confesado —dije—. Sí. He confesado porque soy un asesino. Pero no de las víctimas que vosotros me acusáis. Yo solo he cometido dos errores: —entonces el mundo se detuvo—. El primero fue matar a todas esas personas inocentes en la Realidad Virtual, crimen que por tanto nunca realicé, pues todas mis víctimas están frente a mí en este momento. El segundo error, del que jamás podré desprenderme, fue dejar escapar al asesino de mi esposa.
— ¡NO! —Gritó Alice—. Eso significa que…
—En efecto, Caminantes del Tiempo. Yo soy el marido de la mujer asesinada.
Los habitantes de la Nación dejaron escapar un suspiro. Por otra parte, la Canciller, sentada en su palco presidencial, junto al doctor Alddebarán, esgrimía una leve sonrisa.
—Sabía que estabais muy cerca de atraparlo y decidió tenderme una trampa. Hizo que perdiera el conocimiento. Me llevó a un callejón no muy lejos y volvió a la casa para hacerse pasar por mí.
—No —dijo ahora Brandon—. No tienes pruebas de todo ello.
—Ya me da igual, querido camarada de la infancia. Habéis jugado conmigo, habéis entrado en mi mente y me habéis hecho creer que soy el asesino que tanto estabais buscando. Tengo una muy buena noticia para vosotros —guardé silencio por un instante para hacer que todos me prestasen atención—. Soy el asesino que necesitabais.
Y me abalancé sobre todos ellos con la intención de rasgar, con mis uñas, cada uno de sus órganos internos. La codicia me había obligado a hacerlo. Las voces me habían empujado a asesinar. Me había convertido en el monstruo que tanto odiaba. El hombre que asesinó a las citadas personas inocentes, observaba desde la grada exterior del Juiciódromo todo lo sucedido y, sin saber lo que pensaba, sabía que disfrutaba con cada acción que yo emprendía hacia mis captores.
Me dirigí, en primer lugar, hacia Alice Carbondale Roads, la mujer que me encaminaba a la locura. Quería matarlos a todos, al igual que quise una vez, al comienzo de esta historia. Por desgracia, Iban se puso en mi camino. Su más de metro noventa de altura no significó oposición alguna contra mí que, repleto de rabia, restregué mis armas de queratina por la cara de Iban, que cayó fulminado al instante. Con mis dedos, apreté su cabeza hasta que esta explotó en mil pedazos.
La Canciller estudiaba desde las alturas mi comportamiento mientras, a su lado, el joven doctor Alddebarán se estremecía con el horrible espectáculo.
Entre todos, me separaron del cuerpo del gigante al que ya había asesinado en dos ocasiones. Esta vez, los gestos de sorpresa y pánico de los presentes me indicaron que Iban no volvería a levantarse.
Me arrastraron hasta el final de la cúpula y me introdujeron por una de las puertas secretas que no había podido localizar con anterioridad.
Nunca volví a ver la luz del sol. Desde mi MentiCelda, relato mentalmente estas historias para que, quizás algún día, uno de los lectores nacionales pueda revelarse contra el Co-Bierno y, su regente carente de sentimientos, la Canciller de la Gran Nación.
Ella había conseguido lo que quería. Había capturado al asesino y yo, siguiendo las pautas de los actos que otros necesitaban que yo siguiera, me convertí en el ejemplo perfecto de una sociedad que ejecuta mentalmente a la población activa. Me convertí en aquello que había jurado destruir. Me convertí en Ernest Ambrose.
Y la historia, se repitió eternamente.
Fin de la novena transmisión.
—Ahora, despierta… Esta va a ser la mejor serie jamás creada.
Esas voces. Escucho esas voces y me despierto. El agotamiento no es una razón de peso, sino más bien la curiosidad. Las voces se han apiadado de mí en esta ocasión, pero reconozco que no es la primera vez que esto ocurre, y no será la última…
Final de los Juegos Judiciales