Aarón, que duda cuando le preguntas su edad y tiene que andar echando las cuentas, te dice sin dudar los nombres de todas las vacas, cabras y hasta los cerdos. «Les pongo nombres, siempre los mismos, como los matas cada año, que estudio para matarife».
- ¿Cómo se llaman?
- Ése es un terreno resbaladizo, siempre habrá quien se de por aludido, déjalo ahí.
Lo dejamos mientras pone la misma cara de pícaro que ponía su abuelo Felipe. Con él iba a todas partes desde niño, aprendió expresiones de paisano de pueblo que le van saliendo sin pensarlo, y mantiene las costumbres del abuelo y sus gentes. «Habían dejado de hacer la matanza y nada más que cumplí 16 años fui a comprar un gocho para volver a hacerla. Y no compré más porque no me entraban en el maletero».
Mientras lo dice va enumerando sin dudar ni en un kilo los chorizos, morcillas, salchichones... que hizo y tiene colgados en los varales de una cocinona que mira ensimismado, orgulloso. «Mira, una cocinona en la que está curando la matanza de tres gochos eso es la envidia de España ¿tú ves el material que hay aquí?».
- ¿No son muchos tres gochos, no te llega con dos?
- ¿Con dos?, en agosto no queda nada... ¿y después qué comemos? Hombre, si hay que comer de esos de compra, pero no compares, que no tiene nada que ver.
Mientras explica la cocinona abre la puerta del horno, que también lo ha recuperado. «Es grande, decía la abuela que hacía veinte hogazas. Estaba medio caído pero fui por barro, mezclé con paja y ahí lo tienes. Los corderos que se asan aquí hay que comerlos para saber.
Se le da todo bien. Trabaja la piedra, en casa tiene un busto de su abuela que explica con esa sorna heredada de su abuelo Felipe. «Como hacerle arrugas daba mucho trabajo... pues la hice de joven, con una piel lisa que parece la reina Sofía».
Son así. De otro tiempo, ya lo decía su abuelo: «¿Aarón?, muy listo, jura como un paisano».