Hay claves que nunca fallan cuando vas a ver a alguien: el gesto y las palabras de quienes le conocen. Al decir que Amable el de Grandoso es a quien vas a visitar no es que no haya una palabra de reproche, ni un gesto torcido. "¡Qué paisano! ¡Qué buen paisano!". Y la palabra paisano significa mucho en determinados. Incluso hay quien me apunta una broma que tal vez no lo sea tanto. "Sabes que a mí me cae mal todo el mundo, soy así de retorcido, pues Amable me cae bien".
Está leyendo cuando llegamos. "Me gusta mucho leer, pero ya me cuesta algo de trabajo, voy a hacer 96 años dentro de unos días" y remata la reflexión: "Me hace ilusión llegar por una cosa, se reúne toda la familia y les invito a comer. Somos muchos, echa la cuenta: 7 hijos, catorce nietos, dos biznietos y yo, claro".
- Total 25.
- Serán 24.
- ¿A mí no me invita?
Ríe abiertamente. Es ágil de reflejos y muy lúcido en los recuerdos. Nos habla de sus cerca de treinta años trabajando en las cercanas minas de Veneros y después "atender algo el ganado; que cuando volvía ya me tenía la mujer preparado el carro para ir a por la hierba que había segado antes de marchar, para que secara durante el día".
- ¿Cómo era la mina de Veneros?
- Le mejor. Buen carbón y sin gas, yo fui el último trabajador de ella, el que apagó la luz
Y de sus recuerdos extrae lo que era para él una excelente distracción, hablar con los vecinos. "Le recuerdo con el carro; cogía la vara, ponía la mano encima, apoyaba la barbilla y tenía una conversación muy agradable, porque es una enciclopedia abierta, como lee tanto".Todo lo cuenta con gesto agradable y cara de bonhomía, salvo cuando recuerda el pasaje más duro. "Me quedé viudo muy joven, y con siete hijos, el pequeño tenía once años". Calla unos segundos y reflexiona. "La vida es así, hay que tomarla como viene. Con la mujer peleamos bastante, la llevamos a todos los sitios que pudimos, pero...".
Sin pero, es un placer impagable sentarse en el escaño de su cocina, al calor de la leña, y escuchar a un hombre bueno.