Miguel Gaitero ha hecho de una vieja cuadra en Selga de Ordás una especie de casa de cuento, un aluvión de bellas sorpresas de madera que él mismo ha ido haciendo poco a poco con una maestría que va más allá de un entretenimiento o una segunda ocupación.
Allí, al calor de la leña de la chimenea, disfruta de la tranquilidad ganada y merecida después de cuarenta años «como cocinero de Patatas Blas». Imposible calcualar cuántas patatas, ni tan siquiera una aproximación. «Uff, imposible, yo qué sé».
- ¿Trabajaste con Blas, el patriarca?
- Por supuesto, conservo la primera nómina, firmada por él.
- ¿Y te pagaba en pesetas, reales, perras gordas o perras chicas?
- En pesetas. Pero claro que me tocó cobrar en reales o perras gordas, era una marca de la casa. Lo complicado no era cobrar en reales, que multiplicabas las pesetas por cuatro y ya está, lo difícil es cuando de te decía ‘cobra 550 reales a aquel grupo’, que tenías que andar dividiendo.
Y preguntar cuántos vasos de vino habían bebido pues en Blas se les daba la botella y el cliente decía los vasos que había bebido. Mientras jugaban a dejar pegados cigarros en el techo, ayudados por la grasa de freír. «Los que más fácil quedaban pegados eran los Goya y los Ducados».
Todo ello rodeado de aquellos cacharros viejos que Blas había ido acumulando ¿Cómo era Blas?
- Un tipo con mucho don de gentes, con chispa, siempre pasaba algo a su lado: Salía y decía ‘¡cuerpo a tierra! y cogía el sifón y ‘disparaba’, el que no se agachara... pues se mojaba.
- Tú fuíste el cocinero, ¿nos dices el secreto de las patatas?
- El mayor, la calidad de las freidoras, pero no hay secreto, aceite buena, buenas patatas... también te digo una cosa, no las intentes hacer en tú casa como las de Blas porque no te quedarán igual.
- ¿El butano está en crisis?
- En Casa Blas no, se sigue vendiendo mucho. Ten en cuenta que hay gente que regresa a León y va a Blas antes que a casa, a buscar lo de siempre: butano, patatas...
Y la nostalgia del lugar.