Mira por la ventana y sonríe cuando le preguntas "por la nevada". Se le intuyen en los ojos los recuerdos de la nieve que tantas veces ha visto en sus 87 años de vida, la gran mayoría en Canseco, su pueblo, uno de esos lugares que parecen tener "la fábrica de la nieve".
- ¿Nevada esto? Con las nevadas que tengo vistas, que tapaban la planta de abajo de la casa y había que salir por el postigo del pajar de la cuadra. Cuando Luis (uno de sus hijos) era casi un recién nacido estuvimos 16 días sin poder salir a nada, una nevada terrible.
- ¿Y para comer?
- Pues teníamos la matanza en la cocinona, las gallinas, y el pan lo amasaba en casa mi madre, que se le daba bien. Yo amasé algo pero ya poco.
- La matanza era la despensa del año.
- Pero no de entonces, de siempre. Yo desde que dejamos de hacer la matanza, cuando murió mi hermano Tines, no he vuelto a probar nada de embutido ¡Quita para allá! Eso que venden ahora ni es embutido ni es nada... claro, si no conoces el otro, el de verdad, pues lo comes, pero para mí no es, se conoce que les obligan a echarles productos... nada.
Teresa, con 86 años, mantiene muy frescos los recuerdos y una excelente memoria, para los hechos, los nombres, las historias. Y eso que no tuvo una vida fácil. "Naciendo en el año 1937 ya te puedes imaginar lo que había, y más en mi caso, que perdí a mi padre y perdido sigue, en alguna fosa de Asturias. Lo que son las cosas, mi madre nunca hablaba de aquello, decía ‘cuando murió tú padre’; lo que pasó aquella gente, tuvieron que marchar de casa, en madreñas, por la nieve... Déjalo".
Hasta no hace mucho tiempo —"hasta antes de la pandemia", como tantas cosas— tuvo Teresa el bar de Canseco, el recordado Pico Huevo. "Sabía hacer cuatro cosas pero ésas se me daban bien; los embutidos, las cosas de aquí, de pescados ni me hables, que no sé nada...".
- Bueno, truchas de este río que te pasa por delante de casa.
- El río Cansequillo le llamamos; bueno, de ahí alguna trucha sí preparé, pero esas no cuentan.