Domingo en Torneros

Por Marina Díez

13/07/2023
 Actualizado a 13/07/2023
Noelia y Maika García.
Noelia y Maika García.
Hermana, no entiendo por qué tenemos que venir cada domingo.

– Shhh, en la iglesia no se habla, se reza.
– No, que te lo digo en serio, cualquier día nos queman.
– Shhh, que en la iglesia no se habla.
– Pues yo veo murmurando a esa, y nadie le dice nada.
– Juana, por favor, que al final nos echan.
– ¡O peor! Nos hacen rezar cien Padre nuestro como al rapaz de Tomasuco.
– Shhh, y levantáos, que hay que dar gracias al Señor.
– ¿Al señor cura?, mira que le gusta a esta eeeh…
– No, al Señor nuestro Dios.
– Ah, sí, eso de que es justo y necesario. Necesarios veo yo otros menesteres.
– Juana, que al final nos echan y hemos venido a investigar.
– ¿A investigar?
– Sí, se dice que este hombre tiene poder sobre nosotras, que una vez que abre el misal somos suyas hasta que lo cierre.
– Bueno sí, ahora serás tú la que crea en esas habladurías. Una cosa es que hiervas ortiga para el dolor de barriga, o des leche con perejil a la tía Ludivina, pero esto ya me parece que se pasa de castaño oscuro. Esto de sentarse y levantarse que rollo.
– Solo quiero comprobarlo. Levántate y haz como que necesitas ir al baño.
– Sí hombre, para que me pegue la de detrás, que no para de reñirnos.
– Shhh, que en la iglesia no se habla.

La cara de susto de Juana dibujó una sonrisa en Estrella. La joven intentaba levantarse y sus piernas parecían pegadas al banco.

– No tiene gracias ¿me has pegado al banco?
– No, ya verás cuando digan «levantemos el corazón» como puedes moverte.

Y efectivamente la mujer sintió como algo le hacía elevarse, aunque tampoco pudo moverse como para salir de la hilera de bancos.

– Podéis ir en paz.

Varias mujeres del pueblo y tres forasteras permanecían sentadas mientras el resto de parroquianos se dirigían al bar para el vino del domingo.

Se miraban las unas a las otras.

– ¿Vosotras tampoco podéis salir?
– No soy capaz a levantarme.
– Yo no puedo alzar la cabeza desde el último rezo.
– Quizá lo haya notado y nos dejen aquí hasta la tarde para luego prendernos en la plaza.
– Habla por el resto ¿No? Yo no soy bruja, viene porque mi hermana quiere venir, pero no tengo nada que ver con vosotras.
– Claro, por eso tampoco puedes salir, porque no eres como nosotras.
– Preparo brebajes, nada más. Cosas que nos enseñó la abuela.
– Pues eso, bruja como el resto.

Un portazo hizo que el grupo variopinto de mujeres se callara de golpe. Era el señor cura saliendo de la sacristía.

– ¡Vamos a ver! ¡Que llevo ya un rato recogiendo la iglesia y siguen ustedes aquí! ¿Pretenden quedarse a fregar? ¿Van a confesarse? ¿Qué quieren?
– Padre –dijo la más longeva de las mujeres, con la mayor de las solemnidades– si fuera usted tan amable de cerrar el misal, nos iríamos encantadas.

El hombre se acercó al altar, realizó una genuflexión, bordeó unas flores preciosas que Jacinta había llevado la tarde antes para decorar y con ambas manos cerró el misal, lo besó y se despidió de las mujeres.

– Ahora sí podemos ir en paz –reía disimuladamente Juana mientras casi corría hacia el portón del templo.
– Bueno, está bien saber que somos más de las que creemos.
– Si queréis podemos vernos alguna tarde a la hora de la partida. Hacemos como que hilamos y nos ponemos al día de qué sabemos cada una.

Desde hace décadas en Torneros sin lluvia de por medio, dicen los entendidos en setas que se divisan corros de brujas incluso entre las amapolas. Quizá tenga algo que ver con nuestras amigas, tal vez no. Otra historia sin confirmar de nuestro mágico León.
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