Una historia vital intachable hasta que, según la leyenda, un mamífero que duerme boca abajo desempolvó un arca y sacó una palabra encerrada bajo siete llaves y conservada con bolas de alcanfor: confinamiento. Qué tufillo, ¿¡ehh!?
Dicen que no hay nada como una prohibición para que todos tus sentidos, órganos, aparatos y sistemas confabulen hasta conseguir el oscuro objeto de deseo.
Estaba la opción de salir siendo mejor persona, pero me pareció más entretenido armarla gorda, ya puestos, y después de comprobar que iba al infierno en todas las religiones me propuse desparramarme. Esto me llevó a empezar por la gula, porque eso de que nos íbamos a comer el mundo me vino a pedir de boca. Llego a ser Eva en el paraíso y la que se tiene que preocupar de no acabar en la barbacoa es la serpiente.
Mi templanza me cazó con las manos en la masa una y otra vez sin atisbo de hacer mutis por el foro. ¡Morcilla! ¡Chorizo! ¡Botillo! ¡Cecina! ¡Pizzas! Esta última sin piña, por favor, que es diurética.
Era más fácil que se acabaran las series de Netflix que las palomitas de mantequilla; ¡hasta amasé! ¡Ya hay que tener hambre!
Con el chocolate lo llevaba bien. Empecé a seguir el "método Simón", e ingería tabletas esporádicas, como mucho una o dos al día.
Estaba claro que acabar en el purgatorio iba a ser pan comido. ¿Veis? ¡Estoy obsesionada! Mi lema era "cuánta más masa, mejor se pasa".
En aquella época, vivía pensando que la canción "Ellos las prefieren gordas" de la Orquesta Mondragón era el nuevo himno nacional, por lo menos tiene letra y eso anima mucho en los mundiales. Lo estaba haciendo tan, tan bien que creo merezco el indulto.
A las 20:00 me aplaudían. Comer dos paquetes de pipas de una sentada es de héroes, lo reconozco. Haciendo un gran esfuerzo salía al balcón a saludar –hay que tener amigos hasta en el infierno– más que nada por si escasean las provisiones.
La vida me empezó a parecer de toma pan y moja y me volví adicta a estar en todas las salsas. Mi vida era Divina, no niego que también una Comedia. De cena en cena; del azúcar a la grasa; de bufete en bufete... libre. Hasta que un día, no recuerdo muy bien cómo, las digestiones pesadas me dejaron un poco amodorrada. El caso es que vi una luz y ahora estoy aquí. Será que acertó toda esa gente que me decía que iba a explotar. ¡Y yo pensando que me veían cara de petardo!
Ya hay que tener mal gusto atándome aquí entre dos árboles sin dejarme alcanzar la fruta. Mire, las manzanas para los cuentos de princesas y brujas, yo los príncipes ya me los busco en Glovo que me ponen más y, como os imaginareis, son mis ¡¡¡herrrrmanos!!!
Y le importará un pimiento señorita, pero por esto cocretamente he llegado hasta usted.