Suicidé mi vida con la cuerda de la cordura y, por eso, estoy aquí.
Me creí mejor que los demás y acabé la última de la carrera.
Envidié al que no lo merecía y se me condenó a no hallar paz conmigo misma.
Enfurecí, dejándome invadir por mis instintos más primarios y acabé alojada en el ojo del peor huracán.
Aun teniendo herramientas para transitar mi camino, me dio pereza ordenarlas y me dediqué a observarlas sin hacer absolutamente nada por mí.
Quise estar en cada acontecimiento literario que se me acercara y, por avariciosa, no me gané el puesto en ninguno.
Yo también me lo comí todo cuando no lo necesitaba.
Quise llevarme de todo a cada uno de mis labios y el destino me los selló para siempre.
Arrancaron el alma de mi cuerpo y, por eso, estoy aquí.
Me arrepentí en su momento y, por eso, estoy aquí.
La Divina Comedia tiene un final feliz. Sois culpables de pecar a lo grande en vuestro correspondiente vicio. No podéis quedar impunes por ello. Mas por el hecho de no invadir los defectos de los demás, vuestro desenlace será más dichoso.
Con el único latido de mi corazón que se me permitió conservar yo os comprendo… Y, arrodillándome ante vosotros, pobres almas atormentadas, pecadores de buen corazón, ignorantes de la razón…
… os perdono.