Divinos comediantes: Soberbia

Marina Díez coordina esta sección de LNC Verano en la que participarán diferentes escritores leoneses en un repaso por los pecados capitales

Gari Ferrero
13/07/2021
 Actualizado a 31/08/2021
| MARCELO MOBT
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Una vida soberbia. Dicen por ahí que un día fui comunista cuando universitario en la Barcelona franquista. Y no lo niego, aunque ya no me identifique con aquel ingenuo muchachito. Sí, pertenecí a la organización ‘maoista’ Bandera Roja y después al PSUC. Fui todo un luchador antifranquista porque entonces eso identificaba al poder y la tiranía. Luego, con los años, he comprobado que no era para tanto.

He podido tener todos los defectos del mundo, he podido cometer todos los pecados capitales, los mortales y los veniales, pero yo de soberbio no tengo un ápice. Si no, ¿cómo se explica que después de un viaje a China en el 76, abdicara de todos mis anteriores postulados y me pasara al socialismo militante?

De todas formas, en esencia, sigo pensando lo mismo. Defiendo la libertad ante todo y por encima de todo. Por eso luché contra el dictador; posteriormente, lo hice contra la dictadura nacionalista catalana y contra el régimen felipista.

Apoyé a todos los líderes de derechas y todos, menos uno, me fueron fallando como escopetas de feria. Estuve en la génesis y el aliento de partidos de nuevo cuño como UPYD y Ciudadanos apoyando incondicionalmente a sus líderes, hasta que ellos solos se acabaron enterrando.

Yo no tengo la culpa de que, ahí abajo, los partidos y movimientos sociales se dejen instrumentalizar por los que, bajo una pátina de democracia, se empeñan en retorcer el discurso fundacional de esas organizaciones para ponerlas al servicio de los de siempre.

Acudo ante su señoría acusado de soberbia. Yo, que solo soy una persona clara, sensata y realista. Tengo un carácter fuerte, lo admito. Pero de ahí a considerarme altivo hay un trecho muy largo. No sé quién hace esta selección. Me llevaría un gran desengaño si la Justicia Divina tuviera tantos fallos como la humana. No lo creo. Espero que durante esta fase procesal se me permita demostrar mi inocencia.

¿Soberbio yo? Yo, que fui capaz de, humildemente, ir virando hacia posiciones revisionistas y hacerme anticomunista radical.

Pero yo, yo sigo pensando lo mismo, repito. Son los demás, son los partidos los que traicionan sus propios postulados y a sus propios militantes.

Hasta mi fatal deceso he sido negacionista, conspiranoico y antivacunas. He profetizado, he predicado mi fe a los cuatro vientos y he conseguido un ejército de acólitos dispuestos a todo por la defensa de la libertad y contra el estado de alarma. He reclutado taxistas, amas de casa, hosteleros y gentes de todas las extracciones sociales. He reventado los cinturones rojos de la demoníaca opresión comunista. A mí me siguen lo mismo en el Barrio de Salamanca que en el Pozo del Tío Raimundo.

Mi lucha sigue siendo a favor de la libertad y del liberalismo y, para ello, es imprescindible desenmascarar a esos integristas radicales de izquierdas, a los ‘pijoprogres’ de salón, a las hordas sodomitas del movimiento LGTBI, a los ocupas, a los ‘podemitas’ y a toda esa ‘purria’ infecta que pudre España de norte a sur y de este a oeste. Y también he combatido a los pusilánimes de derechas que justifican el matrimonio gay y son tibios con la invasión africana y musulmana y timoratos con los izquierdismos reinantes.

Por eso, en los últimos tiempos, me había seducido el desparpajo, la desenvoltura, la valentía y el atractivo personal de la nueva Juana de Arco española: Isabel Díaz Ayuso. Para mí es como una deidad, una vestal, una reina. Al pueblo de Madrid se le ha aparecido la Virgen con esta señora con cara de ángel. Algún ‘rojeras’ deleznable la define así: «la mujer con cara de ángel y un culo del demonio».

Ella será mi Beatriz en esta singladura por el purgatorio, la ensoñación de su deseo y su añoranza me conducirá, seguro, a la diestra de Dios Padre hasta que ella también llegue. ¿No dicen que «de Madrid al cielo»?

Aunque pienso que no era necesario, aceptaré con humildad los consejos de Virgilio. Al fin y al cabo, es lo que quiere Catón y no pretendo, al menos de momento, llevarle la contraria. Ahora bien, no puedo dejar de expresar mi sorpresa y desacuerdo en su elección como guardián del purgatorio por parte de Dante. Podría haber combatido a Julio César de mil maneras y no haberse dejado vencer por la mayor de las cobardías que es el suicidio.

Creo que aquí, señoría, estamos confundiendo los términos. No es soberbio quien se sabe superior y lo demuestra activamente como yo. La falsa modestia es la más grande y verdadera de las soberbias. Como bien decía Unamuno –que no es que fuera una cosa del otro mundo como intelectual– pero en esto tenía razón: «la más sencilla humildad es no cuidarse en ser tenido por nada, ni por soberbio, y seguir cada uno su camino, dejando que ladren los perros que al paso nos salgan, y mostrándose tal cual es, sin recelo de habladurías». Y ese he sido yo, en esencia. «La soberbia contemplativa es la que envenena el alma y la paraliza. La activa no. La lucha purifica toda pasión».

¿Cuál fue entonces mi único fallo? Pues un error fatal que me ha costado la mayor de las penitencias, la muerte, que es por lo que estoy aquí. La verdad es que no lo tenía nada claro, pero cómo iba a dejar ponerme la Astra Zeneca después de toda la bilis que había echado contra ella y contra las demás vacunas en mis emisiones y artículos. Yo, que presumía de venir de una familia longeva –mis padres y abuelos todos rondaron la centena de años de edad– vencido, doblegado y finado por un insignificante bicho.

Y ya, como alegato final, señoría, acudiré para cerrar mi defensa a una frase del propio Catón, precisamente: «La primera virtud es frenar la lengua y es casi un dios quien teniendo razón sabe callarse». Si bien no es eso lo que me ha caracterizado hasta ahora, sí manifestaré aquí mi firme compromiso de que ese principio guíe mi prolongado periplo por el purgatorio, ya que, entiendo, el cielo solo lo veré desde el autobús.

Quiero presentarme inmaculado ante el Altísimo después de haber expiado todos mis pecados. Y acepto la penitencia que se me imponga desde este tribunal, porque mi mayor deseo es encontrarme con el Padre Eterno para proponerle la creación de un grupo de comunicación que martillee eternamente a las almas rojas que arden y que arderán en el Infierno. Nunca imaginaron mayor tormento.

Y, pienso para mis adentros: «que se vaya preparando también Él porque no veo yo mucha libertad por aquí».

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