Empecemos con una obviedad: el cine es contar con imágenes. La secuencia inicial nos muestra la mañana de un patio de vecinos de la gran ciudad. Hay gente que ha sacado los colchones al balcón, la cámara se adentra en el apartamento desde el que miramos, el termómetro muestra 32 grados, y su ocupante está dormido en una silla de ruedas y sudando la gota gorda, condenado a la inmovilidad por una enorme escayola en su pierna izquierda. Se trata de L.B. Jefferies (James Stewart), fotoperiodista freelance, que cubre guerras o carreras de coches, siempre buscando la foto más arriesgada, es normal que haya tenido un accidente, aunque también colabora con revistas de moda, lo que sin duda le permite relacionarse con chicas bonitas y con la alta sociedad neoyorquina.
La película ya está planteada, tenemos un conocimiento completo del protagonista y de su situación, un hombre de acción inmovilizado, irritado por el calor y por la escayola, y con una ventana como único entretenimiento. Han pasado apenas dos minutos de película y no hemos oído ni una sola frase de diálogo, ni una palabra en voz en off ¿Es posible que tengamos tanta información en tan poco tiempo y sin que ningún personaje haya hablado? Revisen la película y respóndanse ustedes. El maestro no quiere perder tiempo en poner al espectador en situación, tampoco quiere recurrir al mediocre recurso del diálogo para explicarla. El cine es contar con imágenes, y sobre todo, no aburrir.
Muy poco después veremos otro ejemplo. Ya es de noche, Jeff se ha quedado dormido, una sombra le despierta. Es Lisa Carol Fremont, la Grace Kelly más perfecta que Hitchcock pudo soñar, directamente en primer plano, acercándose lentamente para besar a nuestro protagonista. A continuación recorre la habitación encendiendo las luces y mostrando su increíble vestido y la apoteosis de su clase. No hace falta más, ya sabemos quién es y por qué la relación entre el aventurero y la chica rica y de buena cuna es casual y complicada. La ventana indiscreta es una narración hecha con imágenes en movimiento, con el montaje, con recursos teatrales en el más noble sentido. Podía verse sin sonido y se entendería exactamente igual. Eso es cine.
Toda ficción funciona sobre la base del viejo principio de la identificación de lector o espectador con el protagonista de la obra. La ventana indiscreta riza el rizo de este fenómeno, porque el protagonista con el que el espectador se identifica en esta ocasión no es más que otro espectador, que amarrado a la butaca no tiene más remedio que presenciar una película. Como todo autor desea, la película entra en su vida, y como todo espectador desea, él mismo entra en la película que está viendo. Durante la totalidad del film nuestro punto de vista será el de Jeff, siempre desde su indiscreta ventana, y gracias a la brillante idea de convertirle en fotógrafo y dotarlo de un teleobjetivo, nuestra mirada será más amplia o más cercana en función de lo que requiera la narración. Sólo en una ocasión la cámara abandonará el punto de vista de del protagonista y pasará al plano general, que Hitchcock nunca utilizaba para ubicar la acción, como manda el canon, sino que reservaba para los momentos especialmente dramáticos.
La película que presencia Jeff, y nosotros a través de su mirada, es todo un microcosmos formado por múltiples historias que tienen lugar en cada ventana, todas con algo en común. La señorita Torso, una atractiva bailarina sumamente solicitada; un compositor soltero que resuelve con la bebida su crisis creativa; una apasionada pareja de recién casados; la señorita Corazón Solitario, una mujer madura que trata de apurar sus últimas oportunidades; un matrimonio que ha suplido su falta de hijos con una simpática mascota; y otro cuya relación parece cada vez más violenta. Cada una de estas historias tendrá su inicio, su nudo y su desenlace. También lo tendrá, por supuesto, la conflictiva relación de la pareja protagonista.
Cada historia en particular, y todas en conjunto, constituyen un riquísimo collage sobre las relaciones entre hombre y mujer desde el punto de vista de Hitchcock. La intriga sobre el posible crimen es una mera excusa – magníficamente realizada – para que el creador nos comunique su mensaje, y Hitchcock necesita esa excusa, no puede limitarse a rodar un melodrama sobre el matrimonio, porque siente el peso de la responsabilidad de entretener, de mantener el interés del espectador al máximo nivel durante todo el metraje. Hay una doble narración, la criminal, que sostiene la tensión, y otra más profunda, que nos habla del amor con un acento marcadamente cínico pero divertido.
La ventana indiscreta es, además un prodigio de producción. Un gigantesco set que reproduce varios edificios del Greenwich Village, un decorado completo y una iluminación en cada una de las viviendas, más la zona de fuga de un trozo de calle con un bar al fondo. Cada amanecer y cada anochecer, la tormenta eléctrica de la noche del supuesto asesinato, es un prodigio de iluminación que agotaba la totalidad de la potencia eléctrica de los estudios de la Paramount y hacía saltar el sistema contra incendios.
La ventana indiscreta no fue especialmente bien acogida en su momento, tuvieron que pasar algunos años para que se reconociese su genialidad. En su reestreno en Inglaterra fue elegida por la crítica la película del año ¡nada menos que en 1983!
Una consecuencia de la enorme genialidad que Hitchcock derrocha en esta película es que en todo lo que se ha escrito sobre La ventana indiscreta –y es mucho– no se haya ponderado debidamente la interpretación de James Stewart, de Grace Kelly y de una extraordinaria Thelma Ritter, la enfermera de Jeff. A ella corresponde una de las frases más cargadas de significado de la película: "Nos hemos convertido en una raza de mirones. Lo que deberían hacer es salir de sus casas y mirar hacia dentro para variar". Hitch también era un profeta, la puso en su boca décadas antes de los reality shows.
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