Silente

Silente, el caminar del andariego, recoge el testigo del aire que posa sobre su sombra una brizna desprendida de la alpaca.

El sol obsequiando su rostro con rayos perpendiculares, hirientes, como espadas de cristal irisado. Mirada abierta hacia un horizonte que deposita y concede los dones de un verano nuevo. Cielos solemnes que retumban en la soledad extensa de los campos vacíos.

Otra vez siente cerca el olor acre y espeso del trigo, ya reseco entre zarzales, y la espina del tiempo clavándose y resurgiendo cada año, para atravesar la perspectiva del camino insondable.

Azul de cielo; dorada la simiente por un dios hercúleo que golpea aturdiendo el horizonte con nubes de regalo. Reino dorado que se extiende ante los ojos como sábana de pan.

Y, el andariego, da un paso y otro paso más, hasta desgastar las suelas que se deslizan recorriendo un paisaje perpetuo, estremecedor en la aridez de su belleza estática.


Fotografía: Julia G. Liébana
Texto de N. Viuda