Un día perfecto
Fin de temporada
Era inevitable: el cling clang de las sillas de terraza apilándose le recordaba siempre el destino trágico de las resacas.
— Vámonos, que esta gente querrá echarse.
— La gente quiere muchas cosas. La moralidad esclava y el mal llamado espíritu gregario, que no es tal, nos lleva a la mansedumbre y la resignación.
— Ay, Dios.
— Yo no respeto sus anhelos. He llegado a un punto en que no respeto nada.
— ¿A la altura de qué cacharro has llegado a tan depurado nihilismo?
— El nihilismo sin depurar se llama oposición a notarías. ¿Por qué he de mostrar respeto o sentir siquiera consideración por los demás? El respeto debe ganarse.Schopenhauer y Nietzsche tenían razón: la voluntad del hombre superior debe prevalecer. Basta de timoratas cobardías judeocristianas.
— Ahora sí que no nos ponen otra.
— O sea, ¿que al Madrid no le pueden pitar un penalti a favor? Fíjate que es al único equipo al que, según alguna gente, no se le deben aplicar las reglas.
— Acabáramos.
— Y nunca pongas un doble pivote. Porque se estorban. Ni tienes más campo ni abres líneas de pase. Un pivote es un pivote. ¿Pones dos porteros?
— Me parece que no dejan. A alguno le encantaría.
Las cabezas calvas de los dos amigos recibían la luz de las farolas igualmente mondas como cucurbitáceos y temblones satélites.
— O sea, que el Madrid tiene derecho a que le piten los penales porque es el superhombre. ¿Te pido la última?
— Es lógica. Si juntas azul y amarillo te sale verde. No te sale naranja. Que esa es otra. ¿Qué segundas equipaciones son esas? ¿A quién se le ocurrió? Verde. ¡Rosa!… ¡No me jodas! Ya han cerrao. No nos han recogido ni la mesa.
— Dios ha muerto.