La última de Lucía Martínez (II)

Marruecos (II)

La desazón desbordaba al ver a aquellos niños en la frontera marroquí con Argelia. Queríamos ver algo que nos tocara, aunque el país africano nos había atraído por el regalo de sus colores ante la cámara. Pero sabíamos que si rascábamos un poco, lo que había bajo la piel era aquello que casi te hace olvidar los porqués del viaje y que realmente merece la pena llevar al objetivo. Son esas imágenes con discurso. Más que por los ojos, entran por el estómago y te cambian. Sabía que ya no sería la misma después de ver aquellas moscas parasitando al pequeño, desde las mejillas hasta la boca, sin que él hiciera ademán de separarlas de su cara, como si fuera una ayuda para sorberse los mocos. No eran una molestia y él les daba la bienvenida. Y vi que no había lágrimas de las que bebieran los afables insectos, no había llanto, ni pena. Era una estampa compartida, hasta alegre. Y aprendí que la pena estaba en mis ojos urbanitas.