El hombre al que susurraban los caballos

CONTRAPORTADA | Por Antonio Barreñada

Antonio Barreñada
16/08/2021
 Actualizado a 23/08/2021
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Eran, más bien (con propiedad y sin recurso a perspectiva de género) las yeguas; y son, dice él, la su «droga». Lusitanas de capa delicada, a la vez poderosas, de alto paso, dulces, nobles y juguetonas, de esa raza a la que con justicia se llamó «caballo de los reyes». Rubén las acaricia, y escucha.

‘La Regaderas’ bajo Las Linares‘’, los prados amamantados por el arroyo de la odisea de Colón y de aquellos cangrejos sin par que en sus reteles sacaba Tino ‘el Mutilado’, han sido una especie de oasis entre los altos secanos de La Sobarriba que también navegó Gamoneda. Bien lo apreció el mando de la Legio que allí puso casa, sobre la que se levantó el humilde San Juan de Villaseca, heredad de San Isidoro, por no pagar diezmos al cual (nos lo reveló el Abad Viñayo) excomulgaron a los del lugar hace varios siglos, hasta que la burguesía desamortizadora, ‘la Señorita’, nos redimiera con sus rentas. Hoy ya no hay turno de agua, ni casi recuerdo de suertes ni quiñones.

Hoy, ese valle de tantos olvidos lo pasta la breve y guapa yeguada del hijo y nieto de gentes del trato que desde Paradilla se ganaron respeto, y es más, afecto, entre los montañeses. Paisanos de los de la palabra en la mano franca, sin necesidad de otra rúbrica que la robla. El abuelo, Isidro Núñez, está entre los de la historia de la Lucha. Y lo están sus hijos. La lucha del nieto es la de los resistentes, los que, incluso sin subvención de los poderes y hasta con las dificultades más cainitas, se han negado al abandono de esta tierra. Daría uno la hijuela que no tuvo por aprender de Rubén y saber lo que le susurran.

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