Hace apenas una semana se avivaba la lumbre de esa fiesta guapa que se resguarda entre las Conjas y el Pando. Poco más de una muestra de esquileo a cargo de un extremeño y caldereta con su chanfaina pudo degustarse; y un ratín con ella, sí, con ‘Lipa’ Prado Diez, hermana del exitoso industrial en Cataluña que nunca ha olvidado su pueblo, que sigue aupando a los del cinto en la Cuna de la Trashumancia y la Lucha.
En 1992, el XXV Olímpico de Barcelona, y sin embargo España, Lipa fue voluntaria por Montjüic, y también puso empeño para la primera de estas fiestas de los de los rebaños y San Pedro. Lo recuerda cuando con sus manos hace un gesto que nos explica («una mano porque soy de aquí, la otra, porque sumo voluntad»), manteniendo en pie, en ese entrañable etnográfico prioreño, la que fue norma sagrada de los suyos: ayudar siempre.
Tía Dominga, la abuela, y la madre, fueron ejemplo de ese bendito matriarcado norteño, en el que tenía pleno sentido la ‘Covada’ que asombró a Julio Caro Baroja se mantuviera en montes nuestros, hace tantos años como tendría hoy Tía Tea, la que, por su centenario, nos contaba que «no pudo completar su último año de escuela porque ya sabía arar bien y hacía falta, como brazo que suplía al enfermo de su padre, y bajar carros de traviesas hasta Sahagún, y si no había más remedio, estraperlo para subir grano y vino, sin desdoro de ser nieta del primer Civil de Prioro, o cómo a los tres días de dar a luz a su primer hijo hubo de dejarlo bajo el hórreo para atender la labor allá en el Mental. Y volver del campo y retornar al cuidado del hijo…
Han estado, siguen estando, al lado, tan al lado…. No han tenido (ni tienen) el foco del objetivo y la luz, que se fijan en otras cosas aparentemente más historiables, pero no podríamos contarlo, no tendríamos ser, ni historia, sin ellas.
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