Afortunadamente, contó con la ayuda de sus vecinos y amigos. Era la solidaridad que existía entre los vecinos, más acentuada aún en la cuenca minera, una comunidad en la que todos se llamaban por sus motes y hacían suyos los problemas y las alegrías de los demás. Lo de los motes no es algo anecdótico sino un índice de la familiaridad y el cariño con el que se trataban. Se manifestaba también en las esquelas; por eso, si en una se leía «Lola la de la esquina», no tenía ningún significado equívoco, sino que era la manera de hacer saber que había muerto Dolores, la que vivía en la última casa del bloque de viviendas. Los motes indicaban a veces la profesión del finado (‘Taxi 50’) o su procedencia (’El cazurro’, aunque, por los datos, llevase toda la vida en el pueblo). Como el asturiano, además de cariñoso, es un pueblo muy guasón, no faltaban los motes que resaltaban alguna costumbre o característica peculiar: ‘Faifríu’, ‘Barruntu’, ‘La Nenita’ (94 años), ‘Madreñes’, ‘Penumbra’, ‘El remiendu’, ‘El peinado’, ‘Maradona’, ‘Niño de la guerra’...
Lo de los motes en las esquelas se va perdiendo de la misma manera que la familiaridad entre vecinos, con los que ahora apenas cruzamos un saludo en el ascensor y desconocemos todo de su vida. Desaparece un modelo de sociedad, como pude constatar en la esquela que más me ha impactado: «SOLEMNE FUNERAL Por una generación que ha finalizado procedente de la casa El Barracu». Y seguía una larga lista de nombres de cuatro generaciones todos ellos fallecidos. «Se agradece infinito la asistencia», acababa. Yo estuve allí de corazón.