a pintar unas figuras en el paisaje.
Nos incita a inventar historias
y con palabras transparentes vestimos el aire
de dulces bucles sonoros,
para adornar nuestras vidas con colores líquidos
que enseguida se evaporan,
que no duran más que unas líneas de tiempo,
lo justo para menguar nuestra sed
y poder esperar atentos otros quince días,
siquiera para intuir, de nuevo la belleza.