Entonces no existían teléfonos móviles ni redes sociales y no todo el mundo tenía paciencia para escribir cartas, por eso, cuando llegó el momento de despedirme de mi mejor amigo Manolo, ‘Lolo el Loco’, le propuse un reto: «Quedamos debajo del reloj a la una del día 1 de enero de 2001». Hablar del cambio de milenio estaba de moda y nos sonaba a cruzar una frontera sideral. Pocos años antes Kubrick nos había deslumbrado con ‘2001...’, Zagger & Evans cantaban al año 2525 y hasta los salones recreativos se tenían que llamar ‘Galaxy 2000’ si querían tener éxito.
Pasaron los años pero no olvidé la cita y, aunque dudaba de que Manolo se acordase, el día 1 de enero de 2001 fui a Salamanca. Cuando se acercaba la hora entré en la Plaza Mayor, di una vuelta por dentro de los soportales y pasé por debajo del reloj pero no reconocí a nadie. Pensé que si yo había engordado más de veinte quilos (a uno por año) y estaba casi calvo, otro tanto le podría haber pasado al ‘Loco’. Estaba intentando imaginar su aspecto cuando reparé en una persona que estaba parada de espaldas a mí. Esa melena rubia, esos hombros anchos... Pero, ¿y esa falda? ¿¿Esas medias, esos tacones?? Me coloqué detrás de una columna y la observé disimuladamente. Se había operado la miopía y no usaba gafas pero no cabía duda: era él... o ella. Para mi sorpresa, estaba guapa e incluso tenía buena figura: ‘Lolo el Loco’ ahora era ‘Lola la Loca’. Confieso que no me decidí a acercarme. No fue por ningún prejuicio, entiéndanme, sencillamente no hubiera sabido hacer las mismas bromas que hacía con Lolo y, por muy guapa que me pareciera, ¡ligar con Lola hubiera sido como hacerlo con mi hermana!