Mientras no saliera de sus jardines, se sentía a gusto. No se puede aprender jardinería en los libros, al menos no la parte práctica. Hay que empezar de niño, quitando malas hierbas de entre las piedras con un cuchillo de cocina roto y fregando los tiestos y los suelos del invernadero. Después, sucesivamente, te conviertes en aprendiz y aprendes a cavar y a plantar; en oficial, y preparas los arriates; en ayudante, con otros trabajadores a tu cargo y, quizá, finalmente, en capataz. Ahí era donde se quedaba la mayoría. O no tenían sesera para recordar los nombres de las plantas, o eran demasiado perezosos para trabajar un rato por las tardes, o los cazaban las chicas y se encontraban casados antes de darse cuenta. En ese caso, por lo general renunciaban a la jardinería y se hacían policías, porque el sueldo era mejor y tenían una pensión cuando se jubilaban.
Otras contraportadas de Magali Labarta
- Pareidofilia postconfinamiento
- Diálogo sobre la nueva plástica Piet Modrian (1919)
- El lado claro de las cosas
- Ventanas
- La poética del espacio
- Opiniones del gato Murr
- Paseos con la Raque