En el Entonces mío, era el contagio del sueño en la ciudad, los lugares marcados por el nocturno: el depósito de agua en la estación del Transcantábrico, ciertos olores, las cacharrerías, el kiosco de un portal. Resisten aún algunos locales negros, destartalados, las carbonerías; llenas de un olor subterráneo, entumecen las voces, no tienen fondo, son bocas de mina abiertas a flor de calle.
El paseo nocturno por las calles contaba con la actividad guardada de los cines. Cavernas interiores con el haz luminoso que se abría hacia la pantalla, el recuadro de la proyección, ese polvillo finísimo cayendo sobre las cabezas de los espectadores. Desde su exterior el paseante y los que entraron al cine respondían al mismo deseo: soñar despiertos, urdir juntos el sueño común de la ciudad.
Son huecos fijados en el álbum de los antiguos.
Un escaparate vacío,lleno de moscas muertas.
Se le oyó. Al músico vanguardista, ése, el de la improvisación libre y abstracta, se le oyó ir cantando por la calle: Yo sé que este verano te vas a enamorar, te vas a enamorar, te vas a enamorar…
Ése era yo.
lldefonso Rodríguez
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