Una ciudad limítrofe, con sus huecos que ponen luz de noche en pleno día. Lugares pequeños, pero también portillos a la extensión de los campos labrados. He visto cómo un amigo, venido de Madrid, se transformaba en un sonámbulo, entraba en el sueño con los ojos abiertos. Íbamos de paseo, charlando, sin reparar en las cosas, hasta salir de la ciudad por una puerta invisible. De pronto, en un silencio, miró a su alrededor: estábamos en un camino de tierra, en medio de unos trigales crecidos. Hacía sólo un cuarto de hora que habíamos salido de casa. El madrileño se espantó, le pudo la alarma de aquella incongruencia. ¿Dónde estamos?, preguntó con cara de miedo, y se agarró a mi brazo. Por un instante no supo si estaba soñando o despertando. Después se excedió en alabanzas al prodigio.
Mañana soleada, de esas que nos llenan de alegría y vamos a tomar vinos al Húmedo, sábado de vinos al inicio de junio. Había una boda. Más alegría. Entonces, por el medio de la plaza, vimos pasar un furgón fúnebre. Con tanta luz las flores de las coronas fúnebres parecían falsas. Te lo juro.
Ildefonso Rodríguez
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