En la plaza de las tiendas, en pleno Húmedo, hay un hombre joven, alto,espigado, negro como un tito, se decía. Es un batusi, un gran africano. A sus pies, la manta con las mercaderías, bolsos, fundas de móvil, bisuta…
A su alrededor saltan un niño y una niña, pequeñines, diminutos, vestidos con mimo y primor, ambos de rosa, la niña con un vestido muy formal, muy armado, un vestido sastre; como para ir a una fiesta familiar.
Podría haber sido una escena de hace cincuenta años (a la puerta de cierta mercería que yo conocí muy bien, en mi Villa). Vuelve a presentárseme con todas las variantes de la Historia.
(Otra. Pasan dos adolescentes charlando, una con rasgos orientales. Y le pregunta a su amiga: ¿Te lo digo en chino? Y, naturalmente, va y se lo dice).
Al pasar por una calle alguien está cantando desde una ventana invisible, se escucha una copla sin letra que, no sé muy bien cómo, se ajusta como un guante, suele decirse, con el carácter que esa calle transmite al pasar por ella.
Ildefonso Rodríguez
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