Terra Legionis (V)

"El paisaje es memoria". Así comienza el de Vegamián su ‘Río del Olvido’. Y si para Julio Llamazares Valdorria no es un pueblo; es una aparición, Paradilla de Gordón es una alucinación por derecho propio. Y así me siento cada vez que subo, ya sea por los efluvios psicotrópicos emanados de la simple contemplación o bien por los de esa cecina maridada con cerveza que de vez en cuando se cata en La Abubilla.
Una vista alpina, de horizonte escarpado, de sabinas aferradas a la caliza y de laderas de roble y pasto. Uno, en el privilegio de poder interpretar su obra, se ha tomado la licencia de librar a la ermita de la escolta mamotrética de cemento y cable. Perdónenme el arrebato virtual, pero es que está la dinamita a pelo conejo con esto del Putin.
Lugar de encuentros improvisados para modernos bardos, juglares y otras criaturas del buen vivir de la comarca –me incluyo en la última acepción–con los que un filandón puede acabar a la llegada del relente. República independiente, no podría ser de otra manera, parapetada detrás de una carretera de ancho de Fev que no es para pusilánimes del volante. Escuela de firmamentos en agosto, de camino literario del Celorio y de romería de los pájaros en septiembre, auténtica apología de la madreña.
Paisaje y paisanaje. De esto segundo no hay gran cantidad, pero de la mejor calidad, de la humana. Se me crían bien hasta los alemanes, no les digo más. Que vuelva Jose Luis Cuerda, porque la cosa da para un remake cazurro de ‘Amanece que no es poco’: ¡Varales, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!