En algunos países le llaman Papá Noel, pero empezó siendo el santo Nicolás. De ahí la rima del «Nicolás, qué miedo me das», que la gente, siempre ávida de temores infundados y dichos en un tris de cumplirse, acaba por creerse. En otros lugares, y hablamos de lueñes tierras, adopta el nombre de santa Claus –¿«Niclaus, que nos tiés acojonaus», en lliounés provenzal?– Y en muchos, simple, llana y coloquialmente es ‘Santa’. De ahí, supongo, lo del ‘santismo’ que han acuñado sus detractores para referirse a su ilegítimo predominio en estas tan sentidas fechas. Natividad, concretamente Isabel Natividad, por más señas, presidenta del centro, eje y esencia de este país, sospecha cosas, cosas de mucho fuste y peligro: un golpe de estado. Eso ha de dar más miedo que la visita del propio Santa a una guardería.
Pero lo cierto es que ellos oyen ruido de renos, versión light de los sables aquellos, aunque no menos preocupante a decir de alarmistas y defensores de la tradición. Tal vez se trate del gasto de luz eléctrica de la nariz de Rudolph. La tradición según esa multitud conservadora son los Reyes, claro, los magos de oriente, de la plaza de Oriente en concreto, y de la calle Génova si acaso. Denuncian que Sántez y el santismo lo quien demoler todo con sus decisiones contra natura, contrarias al aliento prístino y enraizado de la Navidad, de la Natividad ayusa de toda la vida y de su mucha familia y amigos.
El tal Sántez perpetúa su preminencia a base de agasajos y gratificaciones, todo ello un despilfarro. A base de salarios mínimos, subsidios, impuestos a empresarios y banqueros, ERTES y demás brevas está dejando las jugueterías vacías para cuando vengan los Magos de toda la vida, los propietarios de la Navidad por derecho bíblico y de pernada. Hasta el carbón a pie de árbol ha prohibido, el felón y ególatra bonachón, que ya no hay dónde extraerlo. Menos mal que los Magos tienen pajes y el impío rojo (y blanco) tiene Page (García, pero Page); aún quedan navajeros de buen acero toledano.
Para colmo, en estos señalados días, tan consagrados a las trifulcas hogareñas, el usurpador se siente con derecho a decidir quién fue bueno o malo. Lo quiere juzgar todo, como si no juzgasen mejor los que siempre juzgaron por derecho (los Magos), qué atrevimiento. Para tanta tropelía, este jovencito Pascuero se ha asociado al tió de Nadal (no el tío del tenista, otro) y al tal Olentzero, una caterva de traidores a la patria navideña y las seculares usanzas, lo que, sin duda, es un golpe de estado. O al menos, una faena gorda. O un inconveniente. Una molestia. Llámenlo como quieran.
Que tengan unas buenas fiestas y comiencen el año nuevo con ganas.
Golpe de estado
18/12/2022
Actualizado a
18/12/2022
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