Dice el autor de ‘El murmullo del mundo’ (Trea, 2019), Tomás Sánchez Santiago, que hay una forma de escribir que no conoce más que el dictado de la vida, el compás de los pasos diarios. Para ella tiene un cuaderno abierto, el humilde cuaderno adquirido en el saldo de una modesta tienda de barrio que quebraba, o el del remate de un minúsculo negocio familiar papelero o aquel traído por amigos de los viajes más dispares. En todo caso hojas destinadas casi siempre a no ser escritas o a hospedar notas cotidianas pasajeras. Transformar eso, días y papeles pasajeros, en literatura duradera es el milagro que se produce en estos textos que aparecen ahora en una edición que recoge más de treinta años de ellos.
El presente volumen es la reunión de tres libros —dos de los cuales ya habían aparecido en su día—: ‘Para qué sirven los charcos’ (1984-1995), ‘Muda de siglo’ (1997-2001) y ‘La vida mitigada’ (2014-2016). Los ya publicados han sido revisados y ampliados abundantemente de manera que la lectura del conjunto merece la pena incluso para aquellos que ya los habíamos transitado en su momento, y no sólo por esta ampliación, ni por la aparición de un tomo que permanecía inédito, sino porque la lectura de todo este material unido permite al lector ver la evolución de la voz y el pensamiento del autor a lo largo de tres décadas y reconstruir ese tiempo.
Tomás Sánchez Santiago hace una escritura a ras de suelo, fijándose en muchas cosas que a los demás nos pasarían desapercibidas y las agranda cambiando lo que toca con sus palabras. El cuaderno abierto es, en sus propias palabras, una habitación sin llave a la que entra cuando quiere, cuando lo necesita y hasta cuando se aburre. Caza unas palabras y las mete entre sus páginas a ver si así no se van en el aire a desaparecer y la vida va dictando su propia literatura como cuando un niño le dice: «Hueles a dormido». A veces lo que atrapa es un pensamiento, un aforismo que ha nacido solitario, de pronto, con únicamente ocho palabras pero que se ha gestado en el útero de la sensibilidad durante décadas: «La personalidad es la degeneración de la inocencia». Hay que haber vivido bastante para escribir eso.
La habitación sin llave también sirve para el desahogo ante lo que da rabia: Viaja a Marruecos Tomás y una noche, en lo que parece haber sido una fiesta, encuentra a unas bailarinas devorando las sobras que ellos han dejado de la cena y hasta lamiendo los platos. La vida convierte a cualquiera en un escritor naturalista, nos lo demuestra en la entrada en la que cuenta que ha de examinar a unas mujeres de la limpieza para comprobar que están habilitadas para hacer el trabajo que llevan desempeñando toda la vida y les deja copiar. «Para ser un buen profesor, a veces, hay que ser un mal funcionario».
Lo humorístico está presente también en todo momento en el libro. En el día de la muerte de Borges que llevaba años ciego se acuerda de algo que decía Moravia: «Yo creo que Borges ve».
Muchas páginas se dedican a otras páginas, libros, lecturas, noticias que el autor leyó en periódicos, muchas noticias pasadas pero que no caducan por la mirada. Los grandes diarios —o al menos los que a mí me lo parecen— no cuentan grandes cosas, los acontecimientos históricos o espectaculares les quedan lejos, son, a la inversa de lo que parece, el telón de fondo. Los buenos diarios, como estos murmullos del mundo, tratan de las cosas pequeñas y lo valioso en ellos es la mirada, que la mirada del escritor se ponga en la del lector dándole unos ojos nuevos por los que mirar, regalándole otro mirar.
Habitación sin llave
Bruno Marcos se adentra en la última publicación del escritor zamorano afincado en León Tomás Sánchez Santiago
10/09/2019
Actualizado a
19/09/2019
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