Dada la actual coyuntura del momento, he creído oportuno rescatar para esta sección la figura de Concha Espina, una escritora maltratada por la historia de nuestra literatura, juzgada más allá de su obra con consideraciones que no se han aplicado en ejemplos de otros compañeros masculinos. Desgraciadamente ella sigue siendo una de las muestras de que unos y otras no somos tratados con el mismo rasero ni siquiera a día de hoy. Ella es la protagonista del Seminario que –de la mano del departamento de Extensión Universitaria de la Universidad y de la Concejalía de Igualdad del Ayuntamiento– se imparte estos días en León con el fin de acercarnos a su vida y obra, pero también a la de otras coetáneas suyas así como a la de diferentes autoras leonesas que durante algo más de dos años se han acercado a ella.
En tal tesitura, conviene recordar que aunque muchas personas piensan que Concha Espina (1869- 1955) era leonesa, (motivo que junto a la relación que desde 2018 a 2020 hemos establecido con su obra un buen número de escritoras que sí lo somos, la hacen merecedora de volver a esta sección), ella era cántabra de nacimiento y una incansable viajera que residió en diferentes lugares de España e Hispanoamérica; una de las primeras mujeres españolas, sino la primera, en vivir exclusivamente de su trabajo de escritora, lo que en una época como la que le tocó vivir fue tarea especialmente ardua.
Su primera y mayor conexión con nuestra provincia nos llega a través de la repercusión obtenida por una de sus primeras y más reconocidas novelas, también a nivel mundial, ‘La esfinge maragata’ (1914), novela que fue lectura obligada por generaciones y que muestra tan profundo conocimiento de la zona que describe (aunque sea lógicamente novelado) que seguramente haya sido la causa fundamental de que aún hoy se siga creyendo en su origen leonés. Premio Fastenrath 1915, el mayor galardón de las letras hispanas del momento, sirvió para darle el pistoletazo de salida hacia el panorama de la literatura mundial, del que ya no se apearía. La escribe tras su viaje a Astorga en 1912, acudiendo a la llamada de su hermana que le cuenta en una carta las singularidades de las tierras maragatas. Siguiendo su costumbre de documentarse para sus principales obras, acudió a conocer de cerca tal realidad y se empapó tanto de ella que utilizó en su relato un lenguaje lleno de modismos de la zona, con el que construye una novela que fluye entre el romanticismo y el costumbrismo. La llena de retratos femeninos convertidos en principales protagonistas de la misma a través de los que denuncia la realidad que entonces sufrían las mujeres, más aún las mujeres rurales, y cuya tragedia se desarrolla en un pueblo completamente inventado por la autora, Valdecruces, construido a partir de elementos que va tomando, eso sí, del conjunto de la sociedad maragata. También la une a León ‘Princesas del martirio’ (1940), obra de un corte totalmente diferente a la anterior que relata el episodio relacionado con ciertos personajes reales de la historia astorgana, las conocidas como «enfermeras mártires de Somiedo» (tan de actualidad en estos momentos), una obra que le sería encargada por un amigo afín al Régimen y que entra dentro de las obras de apología del mismo que escribió ya en su última etapa como escritora y que se separa radicalmente del estilo y la fuerza de las obras que le dieron fama. Un tercer punto de unión con la zona fue propiciar la visita de su gran amigo Gerardo Diego a Astorga, que tan interesantes repercusiones literarias traería para la ciudad. Con todo este bagaje era imposible dejar pasar por alto la figura de Concha Espina como escritora, y a ella se han acercado durante este tiempo, con ojos nuevos y diferentes miradas, hombres y mujeres participantes del mundo artístico leonés, sin los prejuicios del pasado, dejándose sorprender por la riqueza de su trabajo y por la innovación que sus métodos de escritura supusieron en una etapa tan convulsa como la vivida: los coletazos de una monarquía, dos repúblicas, una guerra civil y, por último, una dictadura que la pilló ya ciega aunque aún literariamente activa. Y es que no hay que olvidar que Concha Espina ha sido considerada como la precursora de la novela social en España.
Ella, junto a algunas otras, forma parte de la nómina de escritores que conformaron la conocida Edad de Plata de nuestras letras. Y es verdad que –como otros– tuvo sus luces y sus sombras, pero no me cansaré de repetir que tanto su variada y extensa bibliografía, como el reconocimiento obtenido a lo largo y ancho del panorama internacional con numerosas nominaciones al Premio Nobel y otros importantes galardones, el reconocimiento continuado por la RAE a sus obras (a pesar de que también a ella se le negará el sillón de la Academia) o su trascendencia en el cine y otras artes, nos demuestran que sin duda fueron más las luces que las sombras. No ha sido la única en ser tratada discriminadamente y mucho me temo que aún falta mucho para que la situación revierta hacia una igualdad real en torno a la verdadera valía de la obra de las mujeres y no de consideraciones externas a la misma.
Iluminándonos desde la luz de Concha Espina
La escritora de origen cántabro es la protagonista de un Seminario que se imparte estos días en León
15/06/2021
Actualizado a
15/06/2021
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