La cabra montés

De carácter fundamentalmente rupícola, se encuentran especialmente cómodas en las zonas más agrestes, crestas y pedreros a gran altura

Javier Valladares
02/08/2016
 Actualizado a 19/09/2019
Los machos pelean sin cesar, y el sonido de las cornamentas al chocar con gran violencia, la verdad es que sobrecoge. | Javier Valladares
Los machos pelean sin cesar, y el sonido de las cornamentas al chocar con gran violencia, la verdad es que sobrecoge. | Javier Valladares
La cabra montés se extinguió oficialmente en León en el verano de 1857 según diversas crónicas. En el año 2000 en terrenos del pueblo de Anciles, en plena reserva de caza de Riaño, se llevó a cabo un proyecto de reintroducción con fines cinegéticos. Esa experiencia terminó con un rotundo fracaso. Más suerte han tenido las cabras reintroducidas en los Ancares Leoneses, que parecen gozar de buena salud. Después de eso, varios cotos de la provincia han reintroducido la cabra montés, como es el caso de Lois.

Pero la cabra montés que ha sido reintroducida en León, y que ahora podemos observar en diversos puntos de la montaña de Riaño y de los Ancares, no es la autóctona, sino que es la subespecie ‘Capra pyrenaica victoriae’, procedente de la Sierra de Gredos, o de las Batuecas.

Tener cerca un gran macho montés, la verdad es que impresiona. Sorprende la facilidad con la que nos podemos acercar a ellos, y lo confiados que son, a pesar de ser una de las piezas cinegéticas por excelencia.

Por otro lado, el celo de la cabra montés es uno de los mayores espectáculos que nos ofrece la naturaleza. Los machos pelean sin cesar, y el sonido de las cornamentas al chocar con gran violencia, la verdad es que sobrecoge. Es en los meses de noviembre y diciembre cuando se producen estas escaramuzas, que tendrán como resultado para el ganador, el poder cortejar y aparearse con las hembras.

La cabra montés es una especie muy antigua, y que se ha cazado desde tiempos ancestrales, como atestiguan las numerosas escenas de caza de cabras en las pinturas rupestres que se conservan.  De carácter fundamentalmente rupícola, se encuentran especialmente cómodas en las zonas más agrestes, crestas y pedreros a gran altura, que solo abandonan en invierno cuando la nieve las obliga a descender a cotas más bajas, pero sin llegar al fondo de los valles.

Existe un gran dimorfismo entre machos y hembras. Los machos pueden pesar entre 80 y 120 kilos, prácticamente el doble que las hembras. Otros signos diferenciadores son la cornamenta y la perilla, solo presente en los machos. Sus hábitos alimenticios son totalmente vegetarianas, consumiendo en época de escasez hasta los líquenes de las rocas, cortezas o musgos. Las hembras alcanzan la madurez sexual a los dos años, pudiendo parir todos los años, normalmente un solo cabrito. Con muy pocos enemigos naturales, solamente las águilas reales y el lobo pueden depredar sobre ellas, aunque con una incidencia bastante baja.
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