La España de la lluvia amarilla

Bruno Marcos escribe sobre la novela de Julio Llamazares a propósito de la adaptación teatral que este miércoles se representa en el Auditorio

Bruno Marcos
30/11/2022
 Actualizado a 30/11/2022
Ricardo Joven en un momento de la representación de ‘La lluvia amarilla’, adaptación teatral de la novela de Julio Llamazares. | VIRIDIANA TEATRO
Ricardo Joven en un momento de la representación de ‘La lluvia amarilla’, adaptación teatral de la novela de Julio Llamazares. | VIRIDIANA TEATRO
Si ‘Luna de lobos’ fue el relato que quedaba por hacer, desde hacía más de cuarenta años, sobre el cautiverio al que fueron enviados los perdedores de la guerra civil en los montes de León, ‘La lluvia amarilla’ es el libro que se adelantó, casi otros cuarenta años, al fenómeno actual conocido como la ‘España vacía’.

Julio Llamazares, nacido en el pueblo leonés de Vegamián —desaparecido bajo las aguas del embalse diseñado por el escritor e ingeniero Juan Benet—, escribió en 1988 el monólogo del día final en la vida del último habitante de un pueblo que, con su muerte, moriría también, quedando desierto después de haber sido poblado durante siglos. De una forma literaria y simbólica se escenifica en la obra el fin del mundo campesino, un fin que se venía produciendo prácticamente desde la Edad Media, desde que las ciudades ofrecieron una mejor vida que los pueblos.

El abandono del medio rural es un proceso que ha ocurrido y ocurre en todo el planeta y que, en España, tuvo su momento álgido al comienzo de la segunda mitad del siglo XX, cuando generaciones enteras quisieron huir del campo buscando un futuro mejor, un éxodo del que ahora parecemos darnos cuenta cuando está consumado y, seguramente, sea irreversible. Coincidiendo con la crisis económica de principios del siglo XXI y, ante la carestía de la vida en las ciudades, se pensó en los pueblos y las casas vacías de los abuelos para darnos  cuenta de que eran, desde hacía mucho tiempo, poco más que fantasmas.

‘La lluvia amarilla’ es un relato desesperado en el que ni siquiera los recuerdos producen el placer de la nostalgia, es la imagen instantánea de una forma de vivir en el momento en que finaliza definitivamente, la descripción de sus estertores, dulcificada únicamente por la belleza con que está escrita.

Julio Llamazares acertó al decidir plasmar la España de la lluvia amarilla, de las hojas del otoño que caen, registrando los pensamientos del último habitante de un pueblo que se extingue; el resultado es un discurso estremecedor en el que la soledad, el abandono, la memoria y la desesperanza hacen entrar en la novela a lo espectral con tanta fuerza como lo real, produciendo un gran ejercicio estilístico, pleno de lirismo. Si en ‘Luna de lobos’ la naturaleza es mucho más que el fondo de la acción, más bien el personaje principal al que los hombres arrojados por la guerra han de enfrentarse enlobándose para sobrevivir, en la ‘La lluvia amarilla’, el gran personaje es el tiempo, el único que actúa fabricando la ruina, deteriorando, devolviendo el pueblo a la naturaleza primigenia que se lo come. Una historia terminal que va más allá del drama rural, que es una tragedia existencial en la que se emparejan la desaparición del individuo con el final de su mundo.
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